Mientras en Palacio Nacional los CEOs de las empresas más importantes de México y Estados Unidos escuchaban las dulces palabras de la Presidenta, reafirmando que nuestro País es un paraíso para las inversiones y que éstas “están seguras” aquí, en Estados Unidos el candidato Trump afirmaba que de llegar a la Presidencia “ni un solo auto” hecho en México entraría a su país.
Ello porque les aplicaría aranceles de “100 o 200 %”, según él, para obligar a relocalizar a los fabricantes en Estados Unidos y así reponer los empleos perdidos. Hizo referencia a las plantas chinas que se instalan en México para de aquí brincar al mercado norteamericano, y afirmó que incluso sus aliados “toman ventaja” comercialmente de Estados Unidos, “más que sus enemigos”.
Volviendo a la reunión de ayer en Palacio Nacional, a donde acudieron los gargantones de la iniciativa privada locales y extranjeros: entraron ellos a Palacio y llegó al mismo tiempo una protesta a sus puertas contra la reforma judicial. Misma que el nuevo Gobierno vende a propios y extraños como una que “fortalecerá el Estado de Derecho”.
Ahora que lo que no explican es cómo fortalece el Estado de Derecho reemplazar a jueces profesionales con correligionarios escogidos a modo por el partido oficialista y sus miembros. Y que los puestos fueron escogidos en una carnavalesca rifa en plena Cámara, dando la sensación de una escena kafkiana y ridícula.
Ebrard presentó un argumento muy ojón para paloma ante este mismo grupo una noche antes para justificar la “reforma”, afirmando que ésta se hace porque muchos jueces “dejan ir” a los delincuentes. Lo que no reconoció -ni lo harán nunca- es que frecuentemente la FGR arma mal los expedientes, por incompetencia o por corrupción, y los jueces no tienen más remedio.
No se requiere más prueba que el caso de los 43 de Ayotzinapa, ya hecho tan bolas y desaseado que mucho tememos que jamás se hará justicia en el asesinato/ejecución.
Debe reconocerse que el tono de la nueva titular del Ejecutivo está siendo completamente diferente al de su antecesor y mentor: la Presidenta no agrede, no insulta, no levanta la voz ni hace aspavientos, no amenaza ni se enoja. Pero si bien el modito es diferente, la sustancia es la misma: apuntalada ésta con un Congreso dócil dominado por el oficialismo y que considera su obligación hacer realidad los caprichos compartidos del que se fue (y no al rancho) y la que llegó.
Pudo, si es que así lo fue, haber sido “cordial” el tono de la reunión CEO-Dialogue, pero dificultamos creer que quienes poseen la información real dejarán de preocuparse. Quizá no lo manifiesten, como el dócil embajador Ken Salazar, quien tras recibir un descontón, afirma que “todo va muy bien con México”, pero el rollo jamás matará el peso de los hechos. Y éstos indican que el Poder Ejecutivo controlará al Poder Judicial, controlando ya el Poder Legislativo.
Tampoco los convencerá que quien ejerce el poder absoluto, sin frenos ni equilibrios, a título personal les prometa que no emprenderá acciones que perjudiquen sus inversiones. Depender de la voluntad o capricho de una sola persona tampoco juega dentro de las reglas democráticas.
Ahora que no seremos en este opus totalmente negativos: nos parece positivo que se haya dado este diálogo, ojalá y sea el primero de muchos, pero lo más importante es que las nuevas autoridades escuchen y atiendan las críticas, preocupaciones o sugerencias que surjan por parte del empresariado.
Estamos seguros que no se les ha olvidado que en el pasado sexenio los oían, pero jamás los escucharon, y cualquier crítica constructiva se convertía en insultos y agresiones a guisa de réplica en las mañaneras. La mejor manera de convencer a los inversionistas es con hechos, resolviendo y generando las condiciones necesarias para el crecimiento económico y la creación de empleos a partir de una economía fuerte y expansiva.
Los pronósticos respecto al PIB no son buenos, habrá que ver -para comprobar- cómo logran mejorar las expectativas Ebrard y su ahora jefa, antes archienemiga.