Se nos concedió el lenguaje para comunicarnos, para comprendernos intercambiando nuestro pensar y sentir. Claro está, cuando esto sea posible y tengamos la dicha de un buen interlocutor. Porque de no ser así, nuestros sentimientos se quedarán a buen resguardo tras nuestros labios, y estaremos en el punto inicial de la comunicación humana, donde hablamos de cosas intrascendentes como el clima, que es un tema que no compromete a nadie y con el cual, sin distinción nos sentimos seguros. 

A veces las palabras duelen, es mentira que se las lleve el viento, no permanecen flotando inocuas desvaneciéndose como el vapor, ni se alejan como las tranquilas nubes cruzando el cielo. Son afiladas estalactitas, mortales carámbanos de hielo. Se clavan profundo como cuchillos de saña, son dardos certeros que horadan el alma sin respetar la barrera del cuerpo, pues su veneno es sonoro, es un látigo que restalla en los oídos sin admitir distancia de rescate.

Esto no es una novedad para mí, he adquirido gran habilidad viajando en una burbuja protectora, conozco el funcionamiento del mutismo, permeo las imprudencias y los envanecimientos, permanezco quieta refugiada como una oruga dentro de mí, con oídos de ornato, y hasta el momento actual me ha funcionado.

Pero en tu caso, fue diferente porque no lo esperaba, no había desarrollado defensas ni activado protecciones, me mostraba sin recubrimientos. Era simple y llanamente yo.  Primeramente, te escuché con duda y sorpresa, incrédula, desconociendo a la amiga que veía en ti. Después, te confronté con tus palabras trasladándote a mis terrenos en un vano afán de comprensión, más fue inútil.  Me retiré dubitativa y herida, sintiéndome, como que yo, te hubiera confiado para que resguardaras a buen recaudo las armas letales con las que soy falible, y tú, te hubieras entretenido usándolas en mi contra de una por una, disfrutando de su letalidad en mi persona.

Y no es que tampoco me hubiera ocurrido con anterioridad, quién puede ufanarse de permanecer ileso en esta vida, simplemente que ingenuamente creí que estaba segura, que no, que jamás, definitivamente, nunca nunca, pasaría contigo.

No puedo decir que todo sigue igual, porque mentiría, aún estoy tratando de salir de mi azoro y saber exactamente cómo actuar y percibirte de ahora en adelante, cómo debo de comportarme el día que vuelva a verte. Irremediablemente usaré el recurso del clima, muy probablemente ese día, hará frío o soplará el viento, y yo los mencionaré. Sin duda, tristemente así será, me habré visto forzada a no descubrirme de nuevo. 

Mientras tanto, el mundo gira, la luna de octubre está radiante sobre el cielo, mi corazón está alegre por otras causas y me siento agradecida. Por lo que a ti respecta, estoy en un periodo de latencia y de incredulidad que aún no me abandonan como suelen olvidarse los malos sueños.

 

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