Al expresidente Felipe Calderón se le ha visto deambulando solo como perro callejero por las calles de Madrid en shorts y portando una camiseta de Red Bull (aparentemente es fan de la F1 y de Checo Pérez).
No es un “look” muy presidencial, aunque tampoco lo es, para nada, que tras la severa condena de casi cuatro décadas en Estados Unidos del que fuera su Secretario de Seguridad, Genaro García Luna, por aceptar sobornos enormes de los más grandes narcotraficantes mexicanos y encubrirlos, se excuse ahora el expresidente pretextando que “nunca tuvo indicios” de la “doble vida” que llevaba su cercano colaborador.
Todos los políticos mienten, y entre más encumbrados mienten más, porque autojustifican sus mentiras considerándolas necesarias por el bien de la Nación. Usualmente “la Nación” es ellos, su Administración, o su partido.
Calderón sí tuvo indicios claros desde antes de que lo nombrara su Secretario de Seguridad respecto a que había nubes de sospecha sobre la actuación de García Luna, dentro y fuera de México. Una clara alerta era que cuando menos la DEA -y seguro otras dependencias de EU- no confiaban en García Luna.
Adicionalmente, hubo gente en México que le advirtió a Calderón que este individuo andaba “chueco”, como se dice coloquialmente, pero soberbio como era, no hizo caso de las advertencias y se entercó en encumbrarlo y darle un gran poder. También estuvieron los indicios “post”: es decir, las propiedades y estilo de vida que llevó en Miami tras dejar el cargo nada compatibles con la vida de un burócrata, supuestamente honesto, que devengaba un salario que no correspondía.
Los presidentes mexicanos, y los de otros países donde no funcionan los mecanismos de rendición de cuentas, transparencia y equilibrio de poderes, muy pronto acaban en un mundo ficticio que no corresponde a lo que se vive en las calles. Este fenómeno es el que los lleva a tomar decisiones erradas y perjudicar la buena marcha del país que gobiernan.
No tenemos nada en contra de don Pipe, fuera de que se le pasaba de tueste el “hubris” que lo caracterizaba, y el ahora incontrovertible hecho de que se le coló una rola enorme que hoy y para siempre manchará su Administración: el que gracias a García Luna el Gobierno mexicano lejos de combatir el narcotráfico, en los hechos ayudaba, encubría y protegía a los más grandes grupos de narcos mexicanos. Este hecho, ahora comprobado, le imprime un giro muy distinto a la “lucha” de su Gobierno contra el narcotráfico.
Ahora que, siendo justos, que no se nos olvide que investigaciones norteamericanas que incluyen llamadas interceptadas, declaraciones de testigos, documentos, récords bancarios y otros, crean la sospecha de que las mismas organizaciones de narcos que García Luna protegía pudieron haber apoyado campañas políticas de otros partidos y otros candidatos.
Es decir, si don Pipe el madrileño pecó -él por omisión- no es el único. O sea que el caso de García Luna es la punta de un iceberg que nos aquejaba antes de Calderón y sigue aquejándonos después de él. García Luna es el síntoma de una enfermedad grave que aqueja a México y que ni comenzó ni terminará con Calderón.
Así que al decir la presidenta Sheinbaum que Calderón pida perdón, tiene razón, pues éste le falló feo a la Nación y por ello debe -con todo y shorts- hincárseles a los mexicanos. Pero así hay otros presidentes que deben también pedir perdón.
Entre ellos el antecesor, padrino y mentor de la misma Presidenta quien visitó seis veces Badiraguato, la cuna de “Los Chapos”, tuvo atenciones con la mamá y abuela de los líderes del Cártel de Sinaloa, ordenó la liberación de un “Chapito” en el “culiacanazo” y que impuso en el País el mantra fallido de “abrazos, no balazos”, generando un manto de impunidad que abarcó al Cártel de Sinaloa, acusado por EU de ser el principal surtidor del mortífero fentanilo en su territorio.
Éste es un típico caso de que están tal para cual, y aún falta mucho por revelarse, pues García Luna no es el único funcionario “chueco”.