Donald Trump puede regresar a la Casa Blanca. El hombre tiene 88 procesos judiciales en curso. Cuatro de ellos, penales, incluyendo un juicio por el intento de golpe de estado y puede ganar la elección de noviembre. Por supuesto, nada está escrito. No ha habido contienda más cerrada que la que se decidirá en un par de semanas. Los estados que tienen la llave de la presidencia están prácticamente empatados. El ascenso de la candidata de emergencia parece haberse detenido y en los temas que los votantes consideran más importantes (migración y economía) es Trump quien es visto como el candidato más confiable. La moneda puede caer de un lado o del otro, pero más nos vale prepararnos para una segunda presidencia de Trump.
La segunda temporada amenaza con ser infinitamente peor que la primera. Quienes estuvieron cerca de él suenan todas las alarmas a su disposición. En efecto, son sus antiguos colaboradores quienes mayor temor sienten por su regreso. Lo denuncian los dos hombres que trabajaron como sus secretarios de Defensa. Lo ven como un hombre impulsivo, inmaduro, un hombre incapaz de defender el interés general, una amenaza a la democracia. Quien fuera jefe de la oficina presidencial denuncia la admiración que Trump siente por los asesinos y los dictadores y el desprecio por la ley y las instituciones. Recientemente se reveló la conversación que el general Mark Milley tuvo con el legendario periodista Bob Woodward. Milley, quien fue Jefe del Estado Mayor de los Estados Unidos, le dijo al reportero que no hay mayor amenaza para los Estados Unidos que Trump. Trump es “un fascista hasta la médula.” Esto lo dice el militar de más alto rango de Estados Unidos. Un hombre acostumbrado a escapar de la controversia partidista, siente la obligación de gritar que el peligro es gigantesco. Al experimentado reportero no solamente le sorprendió el calificativo que el militar usó, sino la vehemencia con que se lo dijo.
Si la amenaza de 2024 es significativamente mayor a la que significaba Trump en el 2016 es precisamente porque en su segunda mudanza a la Casa Blanca no se haría acompañar de profesionales dispuestos a confrontarlo para moderar sus peores impulsos. Desde el primer momento haría limpia de la burocracia para convertirla en tropa de fanáticos.
De su primer gobierno extrae una lección muy clara: nunca debió haber confiado en profesionales con experiencia y carrera propia. Debió apostar, desde un principio a leales sin otra misión que seguir a ciegas sus instrucciones. Fieles que no se detengan para pedir razones, medir consecuencias o para cotejar leyes. Incondicionales que acaten instrucciones sin chistar. Una segunda presidencia de Trump sería sustancialmente distinta por eso. Si antes imaginaba que todas las estructuras se plegarían de inmediato a su capricho, ahora sabe que necesita emprender una poda radical de todos los cuadros profesionales de la administración. El primer empeño autocrático carecía de la malicia que tiene hoy. El autócrata del arrebato ya tiene un instructivo para convertirse–¡como lo advirtió el mismo–en dictador el primer día de su gobierno.
Trump regresaría para imponer una política de venganzas. Lo ha dicho con todas sus letras. En un discurso del año pasado le dijo a sus seguidores: “Soy su voz guerrera. Soy su justicia. A los explotados y a los traicionados les digo: soy su venganza.” Esa es la promesa: venganza. El lenguaje de Trump es abiertamente fascista. La enemistad que es clave del universo populista se ha convertido en llamado de exterminio. El otro es alimaña, parásito, fuente de infección. Pero el republicano ya no se refiere solamente a los migrantes como el veneno que contamina la sangre de su pueblo. Ahora se refiere abiertamente a sus adversarios políticos como la peste que debe ser eliminada. Nuestro mayor problema es el enemigo interior, le dijo a una periodista de Fox News. Más que el terrorismo o que China, esos enfermos de la izquierda lunática son la verdadera amenaza . No se trata ya de ganarles con votos. La amenaza ideológica debe enfrentarse con la Guardia Nacional o con el ejército. Si Trump tuvo retenes en su primer ciclo, no los tendrá en el segundo.