Donde termina la ley, comienza la tiranía.”
John Locke.
No llevamos ni un mes de la era Sheinbaum.
Apenas 25 días que, para sus simpatizantes, han pasado como una estrella fugaz, con la estela de la borrachera de poder y la soberbia desbordada.
Apenas 25 días que, para la oposición, han sido los estertores de una asfixia agonizante.
La presidenta poco se ha diferenciado de su antiguo jefe y eterno mentor, Andrés Manuel López Obrador; si acaso, algunas pinceladas más o menos de tolerancia que, a veces, se parecen más una concesión graciosa, a un gesto de condescendencia.
Manda a Rosa Icela Rodríguez, su secretaria de Gobernación, a escuchar, sin poder de decisión, a los integrantes del INAI.
Manda a Marcelo Ebrard a tender una mano a los empresarios e intentar apagar los miedos al totalitarismo que ahuyentan inversiones.
Manda a moderarse a Adán Augusto López, a Ricardo Monreal y a Gerardo Fernández Noroña respecto a sus excesos en la ya de por sí excesiva, laberíntica y explosiva reforma al Poder Judicial.
Sin embargo, en general se mantiene en la línea radical en la narrativa de sus mañaneras, desautoriza órdenes judiciales y deja claro que para ella no se aplica la ley, con una frase erosiona el estado de derecho para dejar claro quién es el único Estado: “Los que están en desacato son ellos”.
Ataca a Harvard envuelta en patrioterismo, convierte una legítima carcajada del mundillo académico en una afrenta nacional.
Ataca a España y revive el tema de las disculpas que no llegan tras medio milenio.
Extiende su manto protector a la dictadura cubana y anuncia que gastaremos dinero de nuestro presupuesto para apoyar la represión de los Castro a su pueblo, bajo el bonito eufemismo de la “ayuda humanitaria”.
Pero, aunque el peso de la radicalización emana de su garganta cada día, aún no se le percibe completamente así. Sus mañaneras son menos estridentes que las de AMLO y todavía parece predominar la imagen de una presidenta conciliadora más que la de una presidenta guerrillera.
En 75 días más, por ahí del 8 de enero cuando al fin cumpla sus primeros 100 en el gobierno, se habrán definido muchas cosas que nos pintarán con mayor claridad el tono del sexenio.
Sabremos quién ganó la elección estadounidense y si habrá o no un conflicto poselectoral que podría derivar en una violencia inédita. Sabremos qué tan profundo fue el recorte o el endeudamiento en el presupuesto, así como los ganones y los perdedores del mismo. Sabremos quiénes se perfilan como los nuevos jueces y ministros y de qué tamaño será el pandemonium de esa elección.
Sabremos si lo que dijo López Obrador -que el “fresa” era él y la radical era ella- fue solo un “bluff” o la advertencia burlona de la 4T recargada.
De colofón
La FGR va en serio con la investigación en Sinaloa: caiga quien caiga, tope donde tope. Y como una cosa es ser autónomo y otra muy distinta mandarse solos, aquí traen la venia de la más alta consideración.
El gobernador Rubén Rocha Moya se queda solo. Es el apestado al que nadie contesta las llamadas ni quiere en la foto. ¿Quién sabe? Tal vez se convierta en el primer gobernador destituido gracias a la revocación de mandato a la que podría ser sometido el próximo año.
@LuisCardenasMX