Cuando se exhibió en Inglaterra y después en varios países la película “Naranja Mecánica”, del cineasta vanguardista Stanley Kubrick, excepto aquí en México en 1971 por censuras de la época, había mucha efervescencia por verla y acaso también por el factor de mayor interés que despierta lo prohibido.
Leíamos reseñas de la película y sí mencionaban que era con escenas muy violentas, pero también de sexo explícito, lo que quizá provocó esa censura. Algunos compañeros de la Facultad de Derecho que tenían la oportunidad de viajar a Estados Unidos o a Europa, nos platicaban que ya había logrado verla y que “estaba buenísima”, aunque no sabían cómo explicar su real contenido y mucho menos su esencia y las escenas finales, habría que verla para formarnos un criterio.
No recuerdo si fue hasta 1974 o 1975 en que, gracias a un amigo, para entonces alto funcionario en la Secretaría de Gobernación, que nos invitó a ver esa joya en la Cineteca Nacional, donde sí la tenían coleccionada y conjuntó como a quince cinéfilos en una pequeña sala privada de las que había ahí en Churubusco.
La vi y quedé extasiado; al terminarla perdí el habla materialmente, concentrándome en recrear en mi mente algunas de las escenas más importantes. Analizando su contenido y la tesis final con la disyuntiva:
a) ¿Manipulando su conducta con métodos científicos de diversa índole que anula sus instintos primarios incluyendo el de su propia defensa? y/o b) ¿Dejando intacto su libre albedrío y en su caso decidir sobre su convivencia en sociedad o francamente ser antisocial?
La actuación de Malcolm McDowell como Alex DeLarge, joven extremadamente violento, líder de una pequeña banda que asalta, viola, golpea y asesina, como protagonista principal, es sencillamente genial, única, icónica, quizá nunca llegó a superarla él mismo y luego su transformación, después de su sometimiento a la terapia “Ludovico” y “Torquemada” dos símbolos de la tortura en la Santa Inquisición, ya como un joven redimido, amante de la música clásica (en especial de Beethoven, su 9a Sinfonía, el Cuarto Movimiento), pero sobre todo amante de la paz y no violencia, lo hacen creíble. ¡Actorazo!
Las palabras inventadas como el “mete saca”, tolchoks, drugos y otras, en realidad fue la manifestación y rescate de lenguaje de zonas marginadas de Londres como una especie de “caló” que Kubrick combinó con partes de sílabas de dialectos eslavos y rusos; creatividad pura del cineasta.
Al paso del tiempo y después de haberla visto diez o más veces, la obra cinematográfica permanece en actualidad, pues el dilema subsiste aún para penalistas, criminólogos y penitenciaristas ¿qué hacer con los criminales? Las soluciones van desde los extremos como la readaptación y rehabilitación social en un sentido humanista (como nuestro sistema) hasta el exterminio del delincuente (pena de muerte) como en otros países; pero ya se ha transitado por el confinamiento y el aislamiento, experiencias como en su tiempo la propia Australia, La Isla del Diablo descrita en “Papillón”, las Islas Marías aquí en México, han sido fallidas.
Hace poco un grupo de criminólogos trató de rescatar la propuesta de reeducación a través de técnicas psicoterapeutas de modificación de conductas antisociales, para su reconversión a la sana convivencia en sociedad y rehabilitación sin internamiento carcelario. No obstante, el derrotero que han tomado los delincuentes agrupados en pandillas, bandas y cárteles que han disparado los niveles de violencia a un mayor grado, no se han aceptado estos métodos readaptativos humanistas y vuelven a prevalecer los sistemas carcelarios estrictos y de alta seguridad. Ahí está el ejemplo tan elogiado y aplaudido del presidente Nayib Bukele de El Salvador, implacable, con una prisión para cuarenta mil internos.
Mientras tanto, sigamos tarareando una de las canciones más dulces e ingenuas del cine, como lo es “Singin in the rain”, como presenta Kubrick a Alex en su bañera.
RAA