¿Qué decían de Alberto Pérez Dayán los morenistas hasta hace quince minutos? Que era un ministro enamorado del dinero, que no tenía empacho en ostentarse al lado de los oligarcas del país recibiendo de ellos sus prebendas: asientos de honor en los grandes eventos, Fórmula 1, partidos de futbol, peleas de box, relojes. Que era un conflicto de interés andante.

Alberto Pérez Dayán nunca ha sido un ministro discreto. Y por eso, el obradorato no se cansó de exhibirlo en redes sociales.

Hace un año, el entonces presidente López Obrador se burlaba de la riqueza y relaciones de Pérez Dayán, quien había sido captado en la carrera del Gran Premio de México en la Fórmula 1: “Va a la zona especial, y luego sale ahí hasta con un Rolex, ¿cuánto valen esos Rolex? Dos millones aproximadamente”. Le llamó corrupto, le dijo que era fruto de la cultura del influyentismo y hasta promovió un juicio político en su contra.

Pérez Dayán, como víctima del síndrome de Estocolmo, es hoy el orgullo del régimen: su voto terminó inclinando la balanza para hacer realidad el sueño autoritario de la dupla López Obrador-Sheinbaum. Y con su voto, la reforma judicial va.

Alberto Pérez Dayán se dobló. Como se dobló la familia Yunes. Sus apellidos quedarán inevitablemente entrelazados como los que sucumbieron ante el régimen para entregarle las mayorías que no les dieron las urnas. Uno el Senado, el otro la Suprema Corte. El ministro Pérez Dayán no tiene el expediente público de los Yunes, pero la sensación de traición y debilidad que deja con su voto a favor del gobierno seguramente despertará el apetito de ir ventilando su historial.

Desde hace varios días, la presidenta Sheinbaum mostró que algo se traía entre manos: en varias conferencias mañaneras pidió esperar al voto de los ministros de la Suprema Corte antes de emitir un juicio sobre su análisis de la reforma judicial. Se ve que ya sabía que uno se había doblado, que ya traían los votos para que la Corte no pudiera frenar la reforma que ha causado escándalo internacional. Se ve que sus operadores -tritones de las alcantarillas de la política mexicana- ya habían echado a andar el menú de la mafia obradorista. Desde los incentivos hasta los expedientes. Les ha funcionado todo el sexenio.

La democracia mexicana va a experimentar un periodo de daño profundo. Seremos un régimen autoritario. De eso no hay duda. ¿Presidencialista? Quién sabe, porque aún estamos por descubrir hasta dónde manda la presidenta, hasta dónde manda el expresidente y hasta dónde mandan los otros grupos y figuras de Morena en un momento en que todos están embriagados de poder. ¿Llegaremos a ser una dictadura? Estamos por verlo.

 

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