Las palabras buenas, son palomas blancas que entran con sus alas extendidas en mi alma, confirmándole, que existe la nobleza, que se alberga solamente en algunos cuantos para salvar la tierra.
Hay personas que tienen las palabras precisas, justamente las que yo estaba necesitando. Son seres que tienen el consuelo a flor de labios y saben tomar rutas infalibles para llegar directo al corazón.
Me sorprende, puesto que no suele ocurrir con frecuencia sino todo lo contrario, y es por eso, por lo que hoy, me complazco en contar contigo entre mis afectos, porque, aunque las horas han transcurrido, tu voz sigue resonando.
He probado cerrar los ojos, y en esa intimidad de voces acumuladas, he comprobado, que las tuyas, claman fuerte en medio de todo ese ruido, las escucho repitiendo su eco, tan, tan cerca, que casi puedo tocarte. Puedo jurar sin atisbo de duda que estas aquí, intangible e incorpórea como las cosas que considero más valiosas, así que te acaricio a la distancia con la ternura de mis buenos deseos.
Porque esa virtud poseen los vocablos del corazón, la de acompañarnos por siempre, y reproducirse cual música suave, como el murmullo de las abejas o el retumbar de las olas, que vuelven a la playa en busca de un hogar. Y sin tener un número preciso, vienen y van sin parar, dejando su recuerdo vibrando palpitante, como si cientos de corazones latieran en la arena.
Así sucede con las palabras sabias, como esas que brotan de ti inspiradas por tu corazón bueno. Porque; ¿puede acaso salir algo bueno de un mal corazón? No, determinantemente no. Aunque pensándolo bien, no tendría que extrañarme, cada árbol da sus frutos. Algunos son agrios de egoísmo e inmadurez, otros, cactus espinosos, los mejores, poseen la miel que alimenta en cada bocado.
El indicador de que me encontraba ante un alma buena fue mi corazón, me dio una señal, o un pronóstico preciso de ti, el descubrimiento de tu ser empático que ha desarrollado la virtud de sanar con sus buenas palabras. Me pongo a pensar, seguramente, así lo aprendiste, o tal vez, cansada de recibir negaciones, te prometiste que no pasaría lo mismo contigo, y te juraste que lo harías diferente. Lo has logrado, gracias amiga por compartirme el fruto de tu promesa. Gracias, gracias de nuevo.