Desde que López Obrador prometió en campaña que iba a frenar la construcción del aeropuerto de Texcoco, una parte muy influyente de la opinión pública mexicana no ha querido creer que -en contra de la creencia popular- los políticos sí cumplen su palabra. Tratan de paliar la frustración y el miedo con un: “cuando llegue al poder se va a moderar, no se va a dar un balazo en el pie, no va a hacer todo lo que dijo”. Y la realidad se les estrella en la cara.

Está sucediendo en este momento con la nueva presidenta de México: en campaña, analistas propagaron la versión de que Claudia Sheinbaum iba a matizar sus planteamientos cuando se pusiera la Banda Presidencial, que no podía hacerlo en ese momento porque necesitaba ganar la elección con López Obrador de su lado, pero que una vez en el poder, se distanciaría de las locuras. No se ha distanciado, las ha profundizado.

Ahora no sólo es un nutrido grupo de analistas. Es incluso el gobierno mexicano. A lo largo de todo este año, AMLO primero y Claudia después, han dicho que no creen las amenazas de Trump. Han dicho que son estridencias de campaña. Que en el poder se va a moderar. Y mientras tanto, Trump tiene a la mano el rosario de amenazas contra México: millones de deportados de golpe, cerrar la frontera el día 1 de su gobierno, metralla de aranceles, operaciones militares estadounidenses en suelo mexicano para combatir al narco, renegociación del TMEC.

Ese discurso violento contra México lo catapultó de regreso a la Casa Blanca. Ahora, sin moderados en su equipo, ya sólo quedan los radicales con el incentivo a cumplir con estas líneas discursivas que los llevaron al contundente e inesperadamente rápido triunfo. ¿En serio creen que se va a moderar?

Encima, está la relación personal. Se sabe que la química entre dos mandatarios suele incidir enormemente en la relación de los países. La presidenta de México tiene las características para caerle mal al futuro presidente de Estados Unidos: es mujer y se las da de progre.

En ese duelo de egos que es la vida para Donald Trump, se entendió bien con López Obrador porque eran almas gemelas. Incluso en privado, Trump se refería a AMLO como “Juan Trump”. La versión mexicana de él. La presidenta Sheinbaum no es la versión femenina de él. Peor aún: carga con el estigma de que a ella la maneja su antecesor. Y el otro interlocutor es Marcelo Ebrard, secretario de Economía, quien se siente tan a gusto en el nuevo gobierno de su rival Sheinbaum que renunció al Senado con tal de no votar la reforma judicial y tomó vacaciones a los pocos días de haber iniciado la nueva administración. Si él se va a encargar de renegociar el TMEC, no hay que olvidar que Trump lo ha caricaturizado un sinfín de ocasiones como el hombre al que más rápido ha visto doblarse en la historia.

Pero sigan creyendo que los autócratas no se atreven a hacer lo que prometen.

 

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