Una de las lecciones de Trump es que la política y el entretenimiento se han fusionado”.
Niall Ferguson, 2016
Una vez puede ser un golpe de suerte; dos, es un mensaje. La reelección de Donald Trump “es una revelación desastrosa de lo que realmente es Estados Unidos en contraste con el país que muchos deseaban que pudiera ser”, escribió ayer Susan B. Glasser para el New Yorker. En contraste, Ayaan Hirsi Ali, activista nacida en Somalia que sufrió mutilación genital a los cinco años, opinó en courage.media: “Esta es una oportunidad dorada para remodelar el futuro de Estados Unidos”, debilitado por el pensamiento woke.
Trump ha sido un mentiroso contumaz y un soberbio narcisista que insulta a quien se atreve a cuestionarlo. Sus soluciones a los problemas son simplistas y cambian según su conveniencia. Algunas de las medidas que propone, como el cierre de la frontera con México, tendrían consecuencias desastrosas no solo para nuestro país, sino para el pueblo estadounidense.
El triunfo de Trump, sin embargo, ha sido contundente. No solo ganó la presidencia, esta vez con mayoría del voto popular, sino que ayudó a que el Partido Republicano mantuviera la mayoría en la Cámara de Representantes y la recuperara en el Senado. Empezará su nuevo gobierno con una fuerza que no tenía en 2016. Ha dicho que será un dictador, aunque “solo por un día”, y que cerrará la frontera con México. Amenazó a la presidenta Sheinbaum con imponer un arancel de 25 por ciento a todos los productos mexicanos si esta no sella la frontera a los migrantes y a las drogas.
Son tiempos de populismo, pero no es la primera vez. De manera periódica los políticos han encontrado que es más fácil alcanzar el poder descalificando a los rivales y lanzando propuestas engañosas que promoviendo políticas sensatas. El primer caso registrado fue el de Cleón de Atenas, en el siglo V a.C. Benito Mussolini y Adolf Hitler llegaron al poder en Italia y Alemania con banderas populistas. En los últimos años hemos visto a Hugo Chávez en Venezuela, a Trump, a Nayib Bukele en El Salvador y a Andrés Manuel López Obrador en México, entre otros.
Los populistas destruyen los cimientos de un gobierno razonable y equitativo. Son usualmente oradores apasionados que acusan a los demás de los errores que ellos mismos cometen. Se presentan como salvadores de la patria. Sus discursos agresivos y sus promesas inagotables.
La presidenta Sheinbaum afirmó ayer que “No hay ningún motivo de preocupación” por el triunfo electoral de Trump. Estoy en desacuerdo. Un gobernante populista en un país tan poderoso como Estados Unidos puede causar un daño enorme. Ya lo provocó Trump en su primer mandato, pero a este nuevo llega con mayor ímpetu. Hay buenas razones para estar preocupados.
Irracional
No, no ganó “la fuerza de la razón” ni “la cordura frente a la irracionalidad”. Lo irracional es querer regresar al país a un régimen de partido hegemónico y de presidencia imperial. México se fortaleció en los años en que tuvo un poder judicial independiente que podía decirle “No” al presidente.
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