En estos días, las expectativas y debates sobre los pros y contras de las elecciones de nuestros vecinos del norte estuvieron a la orden del día, participé con emoción y angustia a sabiendas de la influencia tan decisoria que tiene sobre nuestra economía. Las apuestas estaban cerradas, y el martes fue el gran día. De manera abrumadora, un hombre que parece estar enojado, que vocifera, grita y esparce palabras duras por doquier, fue elegido para dirigir los destinos de los estadounidenses, con una ventaja apabullante.
Algunos opinan que el machismo en la sociedad estadounidense aún no permite que una mujer los gobierne. Otros creen que el discurso racista y divisivo del Sr. Trump es atractivo porque resuena con ciertos aspectos de la cultura norteamericana.
Otra opinión sugiere que la fuerza trabajadora latina, temiendo que la migración continúe fluyendo, votó por él para evitar que la mano de obra ilegal que es más barata afecte su estabilidad personal, a pesar de que ese mismo candidato se ha referido a ellos y a sus países con palabras sumamente despectivas. Lo sorprendente es que parece que las groserías, los malos modos y la confrontación se han vuelto una tendencia no solo en Estados Unidos, sino también en otros países, como en México, como en nuestro querido estado y la entrañable ciudad.
¿Hacia dónde nos llevan estos comportamientos? La agresividad erosiona nuestra personalidad y es devastadora para quienes nos rodean. Quizá podríamos hacer una pausa y comenzar a cultivar relaciones más amables. La amabilidad no solo fortalece nuestra autoestima, sino que también ayuda a regular nuestros niveles de estrés y sobre todo nos hace dueños de nosotros mismos. Observemos lo que pasa en el Bajío, una región donde el miedo y el tráfico complicado nos mantienen en constante alerta.
Ver la cantidad de motociclistas sin casco que asumen ese “a mí no me va a pasar nada” es alarmante, porque, de hecho, sí puede ocurrir y pueden pagarlo con su vida, mas cómo pueden aprender a seguir reglas? Quizá no solo es ponerlas, sino también está en aplicarlas adecuadamente y desde la amabilidad. No es necesario que alguien me caiga bien o que sea mi amigo para que le ofrezca lo mejor de mí.
La amabilidad es un valor en sí misma, algo que todos podemos elegir en nuestras acciones diarias. Como dijo el filósofo Platón: “Sé amable, pues cada persona que encuentras está librando su propia batalla”, y podríamos completar con aquella que decía que las personas podemos olvidar lo que se dijo o lo qué ocurrió, pero no cómo alguien nos hizo sentir.
Queda en nosotros si decidimos, si queremos ser parte de un cambio positivo. Tal vez no podamos influir en los discursos altisonantes de los líderes, aún menos detener el bombardeo de agresividad en los medios, o en las redes, ni en el apabullante tráfico presionado en retenes, pero en nuestro círculo, en nuestras calles sí podemos marcar una diferencia.
La amabilidad puede ser el hilo que teje una sociedad más empática y unida. Es una invitación a vivir con más paz y con más humanidad. Puede ser el bálsamo que alivia y desarma y que abre otros senderos donde el miedo y la hostilidad pierdan espacios, o ¿usted qué opina?
RAA