La historia del petróleo en México es parte de nuestra narrativa. Los abusos de las compañías extranjeras durante el auge petrolero culminaron en la indignación popular que llevó al presidente Lázaro Cárdenas a expropiar sus activos en 1938, marcando un hito en el imaginario nacional.
Sin embargo, la corrupción y el saqueo no terminaron con la nacionalización: Desde Los Pinos se expoliaba a Pemex, era la caja chica de los presidentes, una fuente de recursos para campañas, enriquecimiento de compadres, pago de favores y la compra de lealtades políticas, pero no el motor del desarrollo.
Si bien el nacionalismo consideraba estratégico conservar a Pemex, desde el sexenio de Miguel Alemán su historia se ha escrito con tinta de corrupción. Durante décadas fue el mayor contribuyente de Hacienda y, al mismo tiempo, una víctima de saqueos sistemáticos que lo dejaron postrado en una crisis profunda. La cleptocracia lo desmanteló y lo hundió en una deuda colosal. Pemex, la “gallina de los huevos de oro”, quedó exhausta y sin plumas.
En su libro El Cártel Negro, Ana Lilia Pérez detalla las entrañas de esta debacle: El sindicalismo corrupto, la complicidad gubernamental y el origen del huachicol. Este fenómeno, que nació con el robo hormiga en la refinería de Salamanca, escaló hasta convertirse en un negocio multimillonario durante el sexenio de Felipe Calderón, cuando el crimen organizado se incrustó en el robo de combustibles con la permisividad, o incluso complicidad, de las autoridades.
Hoy Pemex sobrevive gracias a transfusiones financieras del Gobierno federal. En el presupuesto de 2025 se prevé transferir 136,000 millones de pesos para que la petrolera pueda cumplir con sus compromisos de deuda, que ascienden a 97,300 millones de dólares. Esta dependencia de las arcas públicas ha encendido las alarmas de las calificadoras internacionales. Aunque la presidenta Claudia Sheinbaum ha defendido su relevancia, asegurando que Pemex y la CFE seguirán siendo apoyadas por ser claves para la soberanía del Estado.
Sin embargo el deterioro de Pemex no es casual, la corrupción se institucionalizó: líderes sindicales coludidos con el partido en el poder, sobornos, contratos inflados, compras de activos obsoletos y una implacable ordeña fiscal desde Hacienda. El resultado: un modelo insostenible, hasta el último resquicio de viabilidad.
Pero entonces, ¿qué hacer con Pemex? Es un icono en el inconsciente colectivo del pueblo. Forma parte del gran relato, acompañado de la leyenda, el mito, la religión que en el caso de México sería la Guadalupana. Estas referencias, entre otras, dan la identidad para tener cohesión y vínculos solidarios de la patria… El Estado necesita de reliquias y santones para el altar patrio. La expropiación petrolera fue incluida en el evangelio político, dogma de la identidad nacional.
Pero no se puede avanzar poniendo los ojos en blanco rezando a los santones de la patria. Dejemos de ser rehenes de las creencias, distintas de las ideas, porque paralizan e impiden avanzar. La globalización y la modernidad demandan con urgencia un nuevo Pemex. El viejo afecta el flujo de efectivo del Gobierno federal, lo que significaría quitarle recursos a salud, educación, seguridad, infraestructura y seguramente una baja de calificación; la petrolera requiere de una cirugía mayor que logre sacarla de su postración.
El anhelo de cualquier estadista es garantizar la soberanía energética del país, entendida como la capacidad de producir suficiente energía a precios competitivos. Sin embargo, aquí yace el dilema: Para gobiernos nacionalistas, la soberanía energética la fundamenta en el monopolio estatal; para el sector neoliberal, el enfoque debe ser pragmático-menos gobierno- dejando la producción en manos de quienes puedan hacerlo de forma más eficiente, nacionales o extranjeros: Dos visiones opuestas que encarnan el choque entre nacionalismo y neoliberalismo.
Pero cualquiera que haya sido la doctrina, los mexicanos no alcanzaron a acostumbrarse a vivir en la opulencia, como dijo López Portillo, porque todo fue efímero… unos cuantos fueron los beneficiarios de esa jauja petrolera y aquel sexenio terminó en profunda crisis.
Los gobiernos priistas, emanados de La Revolución, llevaron a Pemex a la veneración en los altares de la patria, un símbolo litúrgico del nacionalismo. Enterrar un símbolo patrio, es un sacrilegio. ¿Quién se atrevería a ser el sepulturero de Pemex? La condición es dejar las creencias, para dar paso a las ideas…