En estos últimos días, una necesidad viajera me ha tenido recorriendo carreteras, llevándome a vivir -en carne propia-  la horrorosa situación que guardan nuestros caminos nacionales de paga y las de sin cobro. Esta realidad logística que nos rodea y, ante la cual no hay excusas ni dobles interpretaciones que valgan, pues es una realidad tangible que no acepta disculpas, no será del agrado de aquellas personas que defienden que el país está “a todo mecate”, por lo que no le convendrá leer este editorial y les recomiendo paren aquí la lectura. 

Toda vez que he avisado, señalaré que los asfaltos están agrietados, llenos de hoyos y baches, adornado con un tráfico abrumador (un recorrido de 350 km México-Celaya puede llevarte más de siete horas)  Esta situación refleja la desatención que padecemos por parte de las instituciones que deberían velar por nuestra infraestructura, mas como en los viejos tiempos, observamos a esa pesada maquinaria  gubernamenta aprovecharse generosamente de los recursos públicos mientras ondea falsas banderas; desconoce con hechos a los ciudadanos que, con esfuerzo, sostenemos su estructura; pues las carreteras son de uso de todos, no de unos cuántos para que no empecemos con algún tema de distinciones.

Este asfalto maltrecho representa la desidia fomentada desde el sexenio anterior, donde confió la seguridad a estampitas milagrosas o vayaustéasaber pues se deleitó en desdeñar auténticos planes de inversión en infraestructura, tan es así, que las iniciativas que deberían mejorar nuestra logística y conexión se han desvanecido. ¿Qué justificación puede haber para la falta de mantenimiento y la ineficacia en la creación de vías que desfoguen adecuadamente nuestro tránsito? Seguro ya andarán buscando culpables en la extinta guía Roji. Mas preguntémonos: ¿qué destino tienen las cuotas de peaje que pagamos con tanto esfuerzo? Indiscutible que la logística es la columna vertebral de nuestra economía; transporta y abastece nuestras necesidades básicas. 

Sin vías adecuadas y en buen estado, el desarrollo se convierte en una quimera. Necesitamos cuestionar la atención que se presta a las vías, que son fundamentales incluso para emprender iniciativas salvavidas y amansadoras de entuertos. Sin buenas vialidades, el traspié es como el de los cangrejos, y vamos retrocediendo cuando deberíamos avanzar. Las carreteras son vitales para el comercio, la salud y la educación; son  venas que alimentan nuestra economía. Sin embargo, hoy enfrentamos una paradoja: estas rutas, que deberían ser enfoques de crecimiento, han quedado en el olvido, lo que resulta alarmante y no es válido observar el desperdicio de tiempo e insumos.

La responsabilidad de nuestros gobiernos se encuentra ante una auténtica prueba, con resultados reprobatorios. Aunque las dádivas, en forma de tarjetas y becas, podrían parecer un alivio momentáneo, ignoran la fuente de la cual surgen y olvidan que no es manantial inagotable. La urgencia de actuar es palpable y el reloj corre. Es esencial realizar una intervención decidida para revitalizar nuestras carreteras en decadencia e insuficientes, para devolverles su propósito original.

Reconozco que los discursos pueden motivar, pero no solventan; las palabras y las imágenes pueden ser gratificantes, pero no llenan arcas. Es momento de ejercer la prudencia: menos palabras y más acciones. Lo que puede solucionarse con medidas medianamente sencillas, mañana podría convertirse en un desafío monumental. Seguir estrangulando a la gallina de los huevos de oro, puede aumentar el riesgo de asfixiarla. O usted qué opina, ¿que nos sigan apretando?

 

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