A modo de una metáfora literaria, observo a mi querido país secuestrado por una caterva de presupuestívoros, que arribaron por la vía democrática al poder, pero decididos a destruir las instituciones republicanas construidas noblemente por varias generaciones de compatriotas. Los recién llegados instalarían, en cambio, una dictadura de extracción socialista gobernada de acuerdo a los estados de ánimo de un solo sujeto, un tlatoani en pleno siglo XXI.

Los mexicanos habrían abordado, felices y contentos, un avión con la esperanza de disfrutar un buen vuelo y un gran aterrizaje en un aeropuerto llamado bienestar 4T. Durante el trayecto, sirvieron abundantes tequilas y mezcales, etiquetados como “programas asistenciales”, de modo que los pasajeros no pudieran advertir el peligro de la devastación económica inminente, y en caso de descubrirla, estarían, en buena parte, anestesiados por el abuso del alcohol y del dinero público, para facilitar la tarea de quienes, en el fondo, pretendían privarlos de sus bienes, de sus derechos y de su libertad.

En la euforia etílica, solo algunos abstemios se habían dado cuenta que la aeronave se había desviado sospechosamente de las promesas de campaña. Dieron voces fundadas de alarma, pero fueron ignoradas sin que se aplicaran acciones para evitar la previsible catástrofe. 

Pocos se percataron de que varios maleantes armados con pistolas, sentados en la parte delantera, estaban decididos, desde el primer día, a secuestrar el avión nacional y a estrellarlo para producir una quiebra nacional. A partir de haberse hecho del control del aparato por medio de trampas y engaños, los malhechores ordenaron por medio de los altavoces, blandiendo sus armas, la inmovilidad total: quien respirara sería ejecutado. Impondrían a la fuerza, el bestial incremento de la deuda, los desfalcos permanecerían impunes, les tendría sin cuidado el peligro de la pérdida del grado de inversión, así como las malversaciones de recursos, la parálisis económica, el déficit público, la crisis fiscal, los pleitos suicidas con nuestros socios del norte, el despilfarro del ahorro nacional, la expansión de la delincuencia, la fuga de capitales y la contracción de las inversiones, entre otras razones. Que nadie se moviera y nadie se movió.

La acción no entrañaba maldad alguna, alegaban, era para conquistar el bienestar de los pasajeros en la eternidad. Los teléfonos celulares repiqueteaban para informar a la mayoría de los 200 pasajeros que otros 2 aviones, uno venezolano y otro cubano, ambos también secuestrados, se habían estrellado contra edificios. Los viajeros entendieron su suerte. Empezó a cundir la alarma. Desde las ventanillas del avión, se podía constatar cómo el aparato se dirigía, a baja altura, a una torre gigantesca, llamada el patrimonio nacional. Se requería que 2 o 3 personas, o más, juntos, corrieran atropelladamente para desarmar a los pillos, inmovilizarlos y abrir la puerta de la cabina de pilotos para recuperar los mandos del país. Era evidente que nadie deseaba morir con un tiro en la cabeza, pero un muy reducido número de muertos o heridos, podría salvar a la mayoría. Sin embargo, el avión se dirigía a toda velocidad a una pavorosa crisis económica sin que nadie se moviera, por el miedo a recibir un tiro en la cabeza.

La colisión era irremediable, pero los pasajeros de la nación permanecían inmóviles, acobardados o hasta anestesiados, mientras el aparato, llamado México, se dirigía al blanco terrorista sin que nadie tratara de evitarlo. ¿Cuál no sería la inaudita sorpresa cuando pasajeros, llamados magnates, apoyaron a los secuestradores con tal de salvar sus intereses económicos?
No había balas para todos, se decía, de la misma manera que tampoco podrían encarcelar a más de 30 millones de contribuyentes que con sus impuestos estaban financiando la destrucción política, económica y social de México. Los héroes no aparecían por ningún lado.

Antes del terrible impacto, un pasajero alcanzó a gritar: Entre los cobardes, los traidores, los corruptos y los convenencieros, México se merece este destino, vociferaba, mientras el avión explotaba por los aires y se producía una terrorífica nube de humo y fuego con el rostro del demonio…

 

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