Las cosas cotidianas de cada día van tejiendo las horas de mi vida. Yo las contemplo incrédula, sintiendo lo rápido que pasa el tiempo, pero es así y no puedo hacer nada al respecto. Los días se engarzan como cadenas de papel que ondéaran al viento, como palomas que hubieran alzado el vuelo, planeando ingrávidas atravesando el cielo. Y yo las observo a contraluz, volando, volando.

No me detengo a rememorar porque se que sucumbiría a la nostalgia, solo veo mi calle adornada de cientos de papelillos de fiesta que se mueven inquietos llenos de algarabía. Hay veces que los moja la lluvia y escurren sus colores brillantes, arrecia y no descansa hasta desprenderlos a tirones, aun así, tirados entre el fango, parece que están sonriendo.

Y es que esos días son mi existencia, y para destruirme, tendrían que deshacer mis minutos, desentrañar el tiempo que se ha envuelto alrededor mío, como quien desenredara un ovillo de lana. 

Aunque pensándolo bien, conmigo resultaría más complejo. Soy más que días que terminan con el ocaso, estoy formada por sueños que han recorrido mis noches padeciendo la amnesia de los días, desintegrándose, evaporándose en segundos, aunque trate de retenerlos. Estoy formada de alegrías y decepciones, he elaborado procesos complejos para tratar de darle sentido al absurdo, soy un dique, una estructura que se ha ido formando con la precisión de un relojero.

Las cosas cotidianas se me obsequian a diario, las sostengo con gratitud en mis manos: el café que me reconforta y la cuchara que me alimenta, la cama donde descanso y la almohada que sostiene mi cabeza. 

Mi vida se compone de pequeños actos, y sin embargo, no llevo una cuenta precisa de mis pasos, ni de las veces que he utilizado mis manos. Sería equivoco y muy aventurado darte un número exacto de mis acciones, sólo sé decirte que he construido mi castillo. 

Primero intenté construirlo en la arena, pero el mar jugaba a tirarlo con su espuma blanca. Luego, intenté horadarlo en la profundidad de la roca, pero resultaba tan hermético y lúgubre, melancólico como una noche sin luna. Después de muchos intentos fallidos, comencé a construir en mi interior, y resultó ser la mejor opción, pues lo llevo conmigo siempre. Así pues, te hablo de afuera y adentro, de dos mundos que conviven y permean armónicamente, que han logrado integrarse respetando sus límites. Yo disfruto las cosas cotidianas que dejan a la crisálida continuar su metamorfosis, tranquila dentro del castillo. 

 

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