Cuando, hace casi un siglo, Plutarco Elías Calles llegó al poder, inició la portentosa tarea de construir un país de ficción. Desde entonces, todos los gobiernos mexicanos -fueran del Partido de la Revolución Mexicana, del Partido Nacional Revolucionario, del Partido Revolucionario Institucional, del Partido Acción Nacional y del Movimiento de Regeneración Nacional-, no han hecho otra cosa sino adicionar y perfeccionar el espejismo. De un lado queda un inmenso conjunto de leyes, códigos y preceptos -con la Constitución como ficción paradigmática- en los que se recogen un sinfín de ordenamientos que mantienen la apariencia de una democracia funcional; y, del otro, se halla la elusiva realidad que con extrema terquedad jamás se acomoda a este relato porque a los poderosos en turno siempre les ha convenido el divorcio entre la simulación y los hechos.

Durante los más de setenta años de hegemonía del régimen postrevolucionario, México jamás fue una democracia, pero sin falta fingió serlo. La Constitución y un cúmulo de leyes secundarias recogían garantías individuales y derechos sociales, una clara división de poderes, elecciones libres y un sistema de justicia que, de haberse aplicado, hubiera sido ejemplar. El sistema priista, sin embargo, jamás se preocupó por empatar este hermoso diseño con sus fines; por el contrario, esta fachada escondía un sistema autoritario, donde el Presidente -y su pequeño grupo- controlaban el Poder Legislativo y el Judicial, donde las votaciones estaban siempre amañadas y donde el sistema de justicia estaba diseñado para garantizar la impunidad de los poderosos.

Tras su paulatino desgaste, a partir del 2000 cambió un solo aspecto del modelo: las elecciones se volvieron reales y confiables, permitiendo la alternancia en el poder. Una enorme conquista ciudadana que, sin embargo, no propició que las demás ficciones mexicanas corrieran con la misma suerte. Ni los gobiernos de Fox y Calderón, y mucho menos el de Peña, modificaron un solo aspecto del entramado. Peor: lo usaron en su beneficio siempre que les convino. Cuando se lanzó la guerra contra el narco, no había instrumento alguno para llevarla a cabo con éxito. Ante un sistema de justicia inexistente, García Luna potenció la añeja tradición ficcional por medio de una sucesión de montajes -de la captura de Florence Cassez e Israel Vallarta a la de incontables capos- que buscaban aparentar que se combatía al crimen.

Del mismo modo, se crearon mecanismos para hacer como si -el mecanismo esencial de la ficción- se luchara contra la corrupción, se buscara la verdad o se castigara a los culpables. Con Peña Nieto, el caso de los normalistas de Ayotzinapa destripó el mecanismo: la verdad histórica era justo lo contrario de la verdad. Con enorme habilidad, López Obrador exhibió como nadie las dimensiones de la charada, solo para, una vez en el poder, valerse de ella como cada uno de sus predecesores.

Su nueva y perversa ficción consistió en afirmar que su lucha contra el pasado -al cual llama neoliberal, aunque en esencia él también lo sea- derivaría en una democracia real. Mientras tanto, hizo lo contrario: en vez de eliminar el espejismo, lo usó en su provecho para restaurar una nueva versión del modelo priista, en donde todo el poder recae en el pequeño núcleo de la 4T, apoyado para colmo en el Ejército. Las elecciones le dieron el control de dos poderes y eliminó de un plumazo al tercero, así como cualquier contrapeso institucional. Asimismo, aumentó la prisión preventiva oficiosa que manda a miles a prisión sin juicio. Valiéndose de la ficción de servir al pueblo, su grupúsculo hoy administra todas las instituciones.

En estas semanas, Sheinbaum ha consolidado esta ficción: con la absurda reforma judicial, México será un país aún más injusto -ahora en todos los ámbitos, no solo el penal- y volvemos a presenciar montajes espectaculares como el decomiso de fentanilo, la detención de caravanas de migrantes o el intempestivo cierre de mercados chinos para aparentar que satisfacemos las demandas de Estados Unidos. Nosotros estamos acostumbrados a vivir en este terreno frágil y movedizo, virtual: habrá que ver si estas simulaciones bastan para aplacar a ese otro gran diseminador de mentiras que es Trump.

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