“Disfrutaba el futbol, podías ver su sonrisa en el rostro y te dabas cuenta que en serio amaba jugarlo. La huella que dejó no solo en el futbol, sino como persona en 1970, nadie la puede borrar”.
Aquel es el testimonio de Marcela Ovalle, una mujer que ha llevado consigo el periodismo durante toda su vida y que, en el desarrollo de la primera Copa del Mundo en México en 1970, disfrutó de la magia de Edson Arantes do Nascimento, mejor conocido como Pelé o como el Rey del Futbol.,
En el marco del Mundial de México 70 vivió, junto a su selección, una historia de ensueño en el estado de Guanajuato.
Y es que, como Marcela, fueron miles de habitantes en el territorio que se deleitaron con la sencillez y humildad no solo del astro brasileño, sino de toda la Selección de Brasil.
“Todo el mundo coreaba: ‘Brasil, Brasil, Brasil’. Dos o tres entrenamientos en Guadalajara y después ya estaba todo planeado para irnos a Guanajuato, creo una de las ciudades más altas de México”, relata Edu, jugador de aquella selección, para un documental de la cadena ESPN.
La increíble conexión con el estado y su gente
Fue tal la conexión con la ciudad desde su llegada que, todo el equipo brasileño, decidió quedarse en el Hotel Parador San Javier de Guanajuato Capital.
Allí mismo, el equipo vivió como si estuvieran en su casa al nadar en la alberca, haciendo bromas entre ellos y, entre tanto y tanto, aprovechando el pasto del recinto para jugar al futbol.
Sin embargo, la nostalgia, aquella que siempre se hace presente cuando un ser humano está lejos de su hogar, llegó a la concentración del equipo brasileño, y se hizo presente de una manera bastante peculiar.
“Escuchaba la música brasileña muy alegre como siempre, unas que otras también tristonas porque a veces les llegaba la nostalgia de no estar con su tierra y con su gente”, recuerda para ESPN Clara Boullosa, quien es dueña del hotel.
En medio de tantos reflectores, los convocados y el cuerpo técnico debían seguir haciendo su trabajo, y en su incesante búsqueda por lograr el óptimo nivel que exige esta competencia de élite, optaron por entrenar en el Campo Nieto Piña que, en la actualidad, ha sufrido un notable deterioro.
“Se colocaron algunas tribunas especiales para observar el desarrollo de las prácticas de ellos. Eran atardeceres donde llegaba mucha gente, se le acercaban mucho a Pelé y él tenía su propia porra. Siempre muy accesible con todos los aficionados”, señala el testimonio de un habitante.
Una huella imborrable
Entre amistosos ante equipos como Irapuato y León, la historia de Pelé en el estado de Guanajuato dejó una huella imborrable en la historia del territorio, pero mucho más en un municipio en específico que, al día de hoy, sigue añorando su presencia.
“Surgieron en las ligas amateurs todos los equipos se querían llamar Brasil y todos queríamos usar el 10 de Pelé obviamente. Brasil se quedó para siempre en Guanajuato Capital”.
Tal y como lo dijo Marcela en su momento, la huella de Pelé es imborrable, pues su magia llegó para quedarse para siempre en una superficie de 30 mil kilómetros cuadrados, aproximadamente.
“Siempre sonriente, sencillo y agradecido con el público. Un ejemplo de persona. Su herencia, para todos, fue encontrar el arte del futbol a través del manejo del balón con sus pies”.
Hoy el futbol llora por la partida terrenal de Pelé, pero a la vez sonríe porque sabe que, a partir de hoy, su legado trasciende a la eternidad, y aquel arte futbolístico, seguirá siempre en los campos del futbol mundial.