Tiene 23 años, es receptora y está viviendo el sueño que se propuso alcanzar desde los seis, aún y cuando en aquel tiempo, la idea de una liga profesional de sóftbol sonara irrisoria, utópica y, hasta cierto punto, absurda. Pero lo imposible no es algo que exista en el vocabulario de la oriunda de Puerto Peñasco, Sonora, pues siempre busca un resquicio inesperado de motivación y resiliencia. No es partidaria del individualismo y lo refuerza: “esto es una familia y salimos todas o no salimos todas adelante”.
Nacida y criada en un terruño totalmente basado en el viaje de una blanquecina pelota de 108 costuras, Diana Aurelia Árcega ostenta consigo un kilométrico y, al parecer, eterno resplandor que ilumina a las Bravas de León. Aunque lo suele hacer siempre, la injerencia de su luz es mayúscula y esencial en momentos de agobio. Es una de las líderes de una cueva que ha sufrido la amargura de 11 derrotas, pero también el dulce gozo de tres victorias.
“Le estamos echando todas las ganas para cambiar y darle la vuelta a esto. Todos los días nos levantamos con ese ímpetu de mejorar y conseguir esos resultados que sabemos que van a llegar. Eso sí, más allá de todo, estar viviendo esto es algo único e inolvidable”.
Y es que parece que lo singular e irrepetible la han acompañado durante la angustiante y sufrida, pero a la vez linda y duradera travesía llamada vida. Impulsada por su abuelo y padres de familia, se desprendió de los estereotipos impuestos y comenzó a jugar beisbol. Nada la corrompía; todo la motivaba.
“Siempre fue un muy buen ambiente, mis compañeros y manejadores me respetaron mucho y, sobre todo, mi familia no dejó de estar allí para mí. La alegría de jugar ante niños y ganarles es invaluable para mí (risas). No lo olvidaré”.
Fueron seis años de vida en los que vivió la algarabía del Rey de los Deportes. A partir de los 12, vivió su primera catarsis: adaptarse a jugar sóftbol. No fue fácil y lo acepta.
“Me costó adaptarme porque la manera de lanzar y batear es muy pero muy diferente. Batallé, pero al final pude encontrar mi manera de jugar y así seguí adelante”.
Después de una invitación de un equipo de Hermosillo a un torneo de ligas pequeñas con el manejador Pablo García, supo que su destino estaba ligado al ‘soft’, aún y cuando el espíritu del ‘beis’ trató de regresar a su existencia. La competencia, intensa por naturaleza, la obligó a superarse cotidianamente.
“En 2013 me llamó un equipo de San Luis Río Colorado a un torneo de olimpiada estatal, me fue muy bien, y después de eso, me llamaron para representar a Sonora con la selección juvenil y, prácticamente, lo he hecho hasta la fecha”.
Sin caer en la desesperación de no poder lograr lo deseado, pudo alcanzar la adaptación anhelada en el bateo y pitcheo. Después, la experiencia en abundancia. Asistente a varios torneos juveniles y olimpiadas nacionales, en representación de Sonora, comenzó a trazar el camino de una profesión deportiva que hoy ejerce con orgullo en el Bajío.
Su talento, conjuntado con la disciplina, fue la fórmula completa e ideal que la llevó a representar a México en Colombia y España, donde enfrentó a potencias como Australia, Italia, Canadá, Brasil, Japón y Puerto Rico. Aquello le abonó la experiencia necesaria para destacar dentro del Draft de la Liga Mexicana de Sóftbol, donde su nombre figuró con creces por ser la primera jugadora en la historia de las Bravas de León.
Después de Olmecas, El Águila y Diablos Rojos, tocó el turno de las leonesas en voz de Grimaldo Martínez, quien fue tajante con su elección sin saber que, a más de 1 mil 600 kilómetros, un sueño se había hecho realidad.
“Lo vi completo con una muy amiga mía y su mamá en Hermosillo, de hecho estábamos en un torneo y pues fue una lloradera pero todo porque estaba demasiado feliz. Cuando dijeron mi nombre no lo podía creer, me quedé como en shock hasta que me dijo mi compañera: ‘eres tú’. Fue increíble y mucho más porque estuve dentro de la primera ronda y pues bueno, ahora con una responsabilidad muy grande pero muy afortunada de estar aquí”.
El presente es increíblemente bello. Está contenta y no lo puede ocultar. El brillo en sus ojos son consecuencia de la nostalgia que provoca estar a poco más de 2 mil kilómetros alejada del ejemplo, apoyo y mentoría de sus padres, abuelos y amigos que la han acompañado durante toda su vida. Sin embargo, aquellos son solo números que no pueden corromper la presencia espiritual que existe dentro de su ser.
“Mi familia lo es todo. Estar lejos es difícil, claro, pero es algo con lo que pude antes en mi universidad y ya estoy acostumbrada. Todo esto es por ellos, por apoyarme y siempre estar allí en los momentos difíciles”.
“Mi madre y padre, un ejemplo a seguir y los admiro mucho; a mi abuelita, la extraño un montón, le debo mucho, daría mi vida por ella y significa demasiado para mí porque me marcó mucho vivir la infancia a su lado; a mi abuelito lo extraño un montón desde que partió. Son simplemente mi todo y los amo mucho”.
Hogareña por naturaleza, Diana, quien es amante del sushi y del voleibol, aficionada a los Dodgers de Los Ángeles y multifacética en cuestiones musicales, cree fehacientemente que saldrán adelante y agradece a la afición cuerera por su apoyo incondicional.
Agradecida por el pasado, feliz por el presente y ansiosa por el futuro, promete pasión, entrega y lucha por las Bravas de León con el valor de la familia por delante, pues aclara que, en el dugout, “más que un equipo, somos una familia”, y añade, con cierto quebranto en su voz, la añoranza de esa vida que dejó en la ciudad pesquera de Puerto Peñasco, pero la acompaña con el reluciente número 55 que utiliza en honor a su abuelo, Francisco Beltrán, quien nació en 1955 y lo usó en toda su trayectoria como pelotero.
“Todo esto es para mis papás, mis tíos, mis hermanos, mis abuelos, mis sobrinas y mis ahijadas. Todo lo estoy viviendo junto a ellos porque, aunque estén lejos, los siento aquí conmigo”.
-El Dugout del Gabo.