El lujo era envidiable con luminosos palacios de oro donde cada detalle era admirado por su suntuosidad. Era, sencillamente, el hogar imposible: el de los dioses y su cima inalcanzable.
En las obras de Homero, entre banquetes, fiestas, música y bailes, los 12 protagonistas gozaban de su presente mientras las Horas se encargaban de las puertas y la disolución de nubes grisáceas en el ambiente.
Zeus, dios del trueno, era el responsable de presidir y liderar el disfrute de Hera, Poseidón, Afrodita, Ares, Atenea, Hermes, Apolo, Artemisa, Hefesto, Deméter y Hestia.
De acuerdo al filólogo español, Tomás Muriel, todos y cada uno de estos dioses residían en la montaña llamada Olimpo que, geográficamente, se considera el monte más alto de Grecia con una altitud de 2.919 metros. Situado entre las regiones de Tesalia y Macedonia, es reserva natural desde 1938.
Analogía del lujo y relativo a lo complicado por la exigencia que se desprende para lograr ser parte de ello, el Olimpo llega y aterriza en el Rey de los Deportes como una ejemplificación de lo reacio que suele ser alcanzar un nivel de tan alta magnitud e impacto.
A las Ligas Mayores llegan muchos, pero solo se mantienen unos cuantos. En esos cuantos, se encuentran los diferentes, aquellos que son capaces de manejar cualquier situación de apremio y demuestran, desde el primer turno al bate o apertura sobre el montículo, su calidad ofensiva y defensiva.
Ellos no son del montón: aspiran a la eternidad del recuerdo. Y lo hacen con la exigencia, no para complacer a la tribuna en su mayoría, sino de superar su propio pináculo a pasos agigantados con base en la potenciación máxima de su talento.
En el mejor beisbol del mundo son pocas y a la vez tan increíbles las súper estrellas que provocan lo indescriptible a la hora de verlas sobre el diamante.
Aaron Judge, Bryce Harper, Freddie Freeman, Mookie Betts, Ronald Acuña Jr., Gerrit Cole, Juan Soto, José Altuve, Yordan Álvarez, Spencer Strider y Corey Seager son dioses que gozan de la brillantez de los reflectores sobre su figura.
Sin embargo, todos son presididos por un fenómeno nunca antes visto en la historia del beisbol. Su nombre es Shohei, su apellido Ohtani y todos lo conocen como un fuera de serie irrepetible.
Todos ellos están en lo más alto del Olimpo llamado Grandes Ligas, pero es Ohtani quien impone las reglas y corrompe los estereotipos. Es capaz de poner en práctica algo inimaginable.
Hoy, después de un Spring Training envidiable de .500, 11 hits, dos jonrones y nueve carreras impulsadas, el japonés hizo retumbar el Goncheok Sky Dome con un imponente tronar del madero que resonó en lo más recóndito del recinto.
Con todos los reflectores encima, el dios que preside lo inalcanzable se lució con tremenda actuación como bateador designado. En cinco turnos, pegó dos hits, y podrán parecer pocos, pero no lo son cuando se es efectivo y se influye en el marcador final.
El primer imparable de los dos llegó en la apertura de la tercera entrada y con dos outs en la pizarra. Su cuenta, emparejada a dos bolas y dos strikes contra Yu Darvish, de los Padres de San Diego, se vio maniatada con un sinker de 95 millas por hora que se quedó plena, precisa y perfecta para el japonés, quien sacó un batazo sólido y certero hacia su banda izquierda.
No obstante, una vez llegada la octava entrada, la situación no le sonreía colectivamente a los Dodgers de Los Ángeles. Con un 2 a 1 en contra, las cosas tenían que cambiar y, claro está, Ohtani era uno de los señalados para provocar dicha situación.
Después del sencillo productor de Betts, el juego se inclinó a favor de los angelinos con un sólido 4 a 2. Apenas en el primer pitcheo de Morejón, Shohei no esperó en lo absoluto para demostrar su calidad y, ante otro sinker pero de 98 millas por hora, pegado a su zona de bateo, sacó un sencillo que fue directo a los jardines, entre el izquierdo y central.
Así, consumó su gran actuación. Fue el 5 a 2 final que, a su vez, en lo individual, significó una actuación histórica en su carrera, pues de acuerdo a Juan Toribio de ESPN, fue su primer juego de múltiples hits en el Opening Day. En total, con su actuación de 5-2, dejó su récord de por vida de juegos inaugurales en 30-5.
Con banquetes en forma de hits y ponches, fiestas que se organizan al son del crujir de los bates y los bailes que se ejercen a la par de la música que genera la orquesta de nueve protagonistas dentro del diamante, Shohei Ohtani demuestra, casi en cada juego, por qué es el dios más grande del Olimpo llamado Major League Baseball (MLB).
Ojalá algún día nos invitara a esa morada de éxito y gloria…
PD: En las proyecciones de Baseball Reference sobre el 2024 de Ohtani: 135 hits, 35 jonrones, 85 impulsadas, 17 bases robadas, 74 bases por bola y un promedio de bateo de .279… yo creo que, fácilmente, llega (o hasta supera) esas cifras.
-El Dugout del Gabo.