Miles de globos de cantoya iluminaron la noche en Chilcuautla, ayer sábado allá en el Valle del Mezquital, bajo un cielo despejado en el que se confundían con las estrellas.

Eran puntitos luminosos que se elevaban desde el atrio de la iglesia de la Asunción mientras cientos exclamaban “¡Aaah!”, y se perdían entre la oscuridad que dominaba el firmamento.

Fiesta y baile y música. Los habitantes de este municipio celebran a la virgen de la Asunción del 11 al 15 de agosto.

Su calle principal luce figuritas multicolores, los juegos mecánicos alrededor de la plaza donde los chamacos traviesos no paran de brincar, un jaripeo que concluirá hasta la madrugada y no dejará dormir a los resignados insomnes perpetuos, el miedo que provoca un cebú gigante con grandes cuernos que solo tiene sueño, el estruendoso desorden de los grupos de rock… así la parranda.

Los muros de la iglesia de la Asunción se tiñen de morado, naranja, verde, colores cálidos que invitan a entrar al recinto, luego de dejar atrás su amplia entrada de puertas de madera tallada y abiertas de par en par.

Dentro, el ruidoso desorden de cientos de personas llega como un eco lejano, mientras fieles oran desde las amplias y sólidas bancas frente a la imagen religiosa donde predomina el dorado y las largas telas moradas.

Los globos de cantoya siguen elevándose, se van lejos. Son cientos de personas que miran hacia el cielo, como si desde allá, otra gente, con otras costumbres, también las observara.

El pueblo se despertará sumido en el silencio interrumpido por el cantar precipitado de los gallos madrugadores y neuróticos, sus habitantes recuperándose de los excesos de la pachanga para recomenzar este día con más fuerza.

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