Escrito y dirigido por García Márquez en 1951, el periódico más pequeño del mundo prefiguró a Twitter.

El Museo de Arte Moderno muestra una espléndida exposición sobre Gabriel García Márquez. Los asombros van de la carta con la que el New Yorker rechazó el cuento “El rastro de tu sangre en la nieve” al perfil del novelista trazado por Fidel Castro, pasando por la película de culto La langosta azul, con un temprano guion del autor. Me concentro en uno de los tesoros exhibidos: el periódico más pequeño del mundo.

“No hay en mis libros una sola línea que no pueda conectar con una experiencia real”, declaró el más conocido notario de la magia. El periodismo fue su principal escuela. Demasiado impaciente para tomar lecciones en las aulas, aprendió en las urgencias de un oficio cuyo estímulo no proviene de las musas sino de jefes de redacción a los que un mal texto les puede reventar una úlcera.

En 1947, a los 20 años, García Márquez llegó a Bogotá para convertirse en incierto estudiante de Derecho y aspirante a escritor. Logró publicar en El Espectador, pero el destino del país se descompuso con el asesinato del político liberal Jorge Eliecer Gaitán y los disturbios posteriores que condujeron al “Bogotazo”. Las universidades se cerraron y los periódicos fueron sometidos a la censura.

García Márquez se trasladó a Cartagena de Indias sin más recurso que el afecto de un amigo. Por desgracia, su compañero de ruta tardó en llegar; quien sería el más célebre habitante de la ciudad durmió en la calle y fue detenido por no respetar el toque de queda. Su suerte mejoró cuando El Universal aceptó pagarle 32 centavos por artículo (ya en Bogotá había conocido las penurias del oficio: El Espectador publicó un cuento suyo y no tuvo dinero para comprarlo).

En esas condiciones se inició la aventura de un periodista dispuesto a informar del modo en que el azúcar sube a los naranjos. En El Universal de Cartagena y en El Heraldo de Barranquilla se forjó un estilo capaz de mostrar que no hay nada más misterioso que la realidad. En los calores del trópico, ningún invento supera al hielo.

Buen bailarín y cantante de vallenatos, el aprendiz de genio alternó el periodismo con las juergas donde se conocen las exclusivas de la noche. Sus jornadas sin sueño concluían con un desayuno de pescado frente al violáceo amanecer del Caribe. Su ropa era tan colorida que lo apodaron “Trapo Loco”. Cuando el padre de uno de sus amigos vio su atuendo, dijo: “Usted tiene valor civil”.

No se sabría nada de esta etapa de no ser por la fama posterior del novelista. La recopilación que Jacques Gilard hizo de los Textos costeños (1948-1952) ofrece obras maestras que el gran público sólo conoció muchos años después de haber sido publicadas.

Llego, finalmente, al objeto que me sorprendió ver en el MAM: el periódico más pequeño del mundo, escrito en su totalidad y dirigido por García Márquez en 1951 bajo el elocuente cabezal de Comprimido. Después de indagar con lupa en los archivos, Gilard comenta: “Parece que no subsiste ningún ejemplar”.

Pues bien, la exposición La creación de un escritor global exhibe el número 3 de Comprimido. Álvaro Santana Acuña, riguroso curador de la muestra, señala con acierto que ese microperiódico de distribución gratuita prefigura a Twitter.

En Comprimido todas las noticias eran de portada y cada reportaje sintetizaba la realidad: los tiburones de la zona serían combatidos con peces espada, pero ¿cómo se combatiría a los peces espada?

Con justicia poética, la vida de Comprimido fue breve. Sólo duró seis días. El texto de despedida es una joya de la literatura bajo presión: “Comprimido dejará de circular desde hoy, aunque sólo de manera aparente […] No hemos encontrado un recurso más decoroso que el de comprimir este periódico hasta el límite de la invisibilidad. En lo sucesivo, Comprimido seguirá circulando en su formato ideal que ciertamente merecen para sí muchos periódicos. Desde este mismo instante, éste empieza a ser -para honra y prez de nuestros ciudadanos- el primer periódico metafísico del mundo”.

Los manuscritos exhibidos en el MAM confirman que la tarea de un escritor no es escribir sino reescribir. Aunque la carta astral que ahí se exhibe informa que los planetas favorecían al autor, sus borradores demuestran que su obra fue producto del esfuerzo. No en balde, García Márquez comprimió las noticias hasta hacerlas invisibles, logros de la imaginación.

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