El País anda por un camino que no dice el Gobierno de la 4T porque sería reconocer los logros del pasado, el de la economía neoliberal que permitirá llegar a un récord de exportaciones de 500 mil millones de dólares este año. Exportamos autos, televisores, electrodomésticos, autopartes, equipo médico y miles de componentes y partes para la industria.
Estados Unidos nos compra 80 centavos de cada dólar que exportamos. Antes del sexenio de Carlos Salinas de Gortari el petróleo apuntalaba la economía nacional. Hoy es sólo una parte.
A principios de la Administración vimos al presidente López Obrador exaltar la “auténtica economía popular” desde un trapiche, máquina mecánica impulsada por un equino que produce jugo de caña. El Mandatario caminaba alrededor del pivote con un vaso en la mano. Explicaba que, además, otros campesinos producían tlacoyos en Hidalgo para venderlos en la CDMX. Afirmaba que el caballo trabajaba “igual o más que el propio Gilberto”, el ejidatario dueño del trapiche.
Mientras ponderaba el artefacto inventado hace milenios, en San Luis Potosí la BMW inaugura una de las plantas más modernas del mundo y arranca la fabricación del modelo 3, para su venta en México y en todo el mundo. Dos caminos muy distintos, dos visiones de la realidad que chocan con las aspiraciones de los mexicanos. Una máquina impulsada por la energía del caballo y otra de altísima tecnología robótica donde ingenieros mexicanos, con la mejor capacidad y preparación, producen, cada uno, mil veces más que el exprimidor de caña.
Si México recupera el crecimiento, disminuye el desempleo y expande su huella en el mundo, obedece a la visión del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, hoy llamado T-MEC. Salinas de Gortari y un grupo de expertos educados en Harvard y el MIT, convencieron a los líderes de Estados Unidos y Canadá de construir mercados libres para elevar su competitividad. Así sucedió, al grado que hoy las exportaciones significan el 40% de todo lo que producimos.
Cuando escuchamos al gobernante decir que vamos a pasar a una etapa “superior” donde ya no habrá austeridad republicana sino “pobreza franciscana”, sabemos que es una barbaridad. “Se eliminarán viajes al extranjero, viáticos…”, dice el Presidente, sin embargo eso no modificará sustancialmente el presupuesto. El puro subsidio que se da a la gasolina de los autos de lujo, la Premium, vale más que el presupuesto de muchas secretarías y todos los viáticos de la Federación.
La pobreza no es buena, tan es así que el Presidente vive en un Palacio, tiene múltiples ayudantes, choferes, trajes, corbatas, guayaberas y pares de calzado. Su hijo, nuera y nietos viven en una de las colonias más lujosas de Houston y viajan en Mercedes-Benz, lo más alejado de cualquier monasterio franciscano.
Ningún mexicano aspira a que sus descendientes participen de la “economía popular” caminando detrás de un caballo a la vuelta y vuelta en un trapiche. Todos queremos que nuestros descendientes sean más preparados, cosmopolitas y capaces de lo que fuimos nosotros. Es la ley de la vida.
Por fortuna, el destino del país sigue marcado por la visión neoliberal, empresarial y aspiracionista de la gran mayoría de sus ciudadanos. Nadie quiere ser pobre, nadie. El trabajo de todos debe ser para disminuir, y eventualmente, eliminar la pobreza en el país.
Con trapiches, tlacoyos y carencias franciscanas jamás lo lograremos. Por eso celebremos que el país es ajeno a las aspiraciones de Palacio y lucha por salir del tercer mundo y llegar al primero, ahí donde la miseria y la ignorancia son la excepción.