La figura de Gorbachov trae recuerdos de un periodo en que la libertad ganó sobre la opresión, la pluralidad triunfó sobre el pensamiento monolítico y dogmático del marxismo comunista. Mijaíl Gorbachov fue el gran libertador de la segunda mitad del Siglo XX. 

Vladimir Putin no quiere hacerle homenaje porque es un tirano melancólico del antiguo poder de la Unión Soviética. En Occidente damos importancia al papel que tuvieron Ronald Reagan, Margaret Thatcher y el Papa Juan Pablo II en la caída de la llamada Cortina de Hierro. 

Al final de los 80 la Unión Soviética sufría el desgaste de la carrera armamentista contra Occidente y tenía baja moral por la derrota en su incursión en Afganistán. Su economía no prosperaba y los países de Europa del Este, como Alemania comunista, anhelaban libertad. 

Polonia se reveló con su sindicato Solidaridad y la figura carismática de Lech Walesa. Todo estaba listo para la liberación. Faltaba la determinación de un gobernante honesto y visionario. Ese fue Gorbachov. 

El estallido frenético de la apertura lo recordamos con los alemanes derrumbando el muro de Berlín, dichosos como nunca después de tres décadas de represión. Quedan partes del muro en recuerdo de grandes días. 

Hoy hay quien tacha a Gorbachov de ingenuo, de blandengue porque sacó las llaves que tenía y abrió a millones la puerta del mundo, el acceso a la libertad democrática. No todo fue perfecto. La antigua Yugoslavia cayó en una guerra racista, en crímenes de lesa humanidad en los Balcanes. 

Rusia emergió como un país próspero a pesar de la gestación de mafias, oligarcas y corrupción en los más altos niveles. Lo peor, dio paso a Vladimir Putin, quien hoy sacrifica a su pueblo y a sus hermanos de Ucrania en una invasión imbécil, ajena a la altura de nuestra civilización occidental. 

Gorbachov pudo mantener el poder unipersonal que le daba el régimen, pudo incluso concentrarlo más porque era un líder carismático, sin embargo inventó la glasnost (apertura) y la perestroika (reestructuración del poder). Fue su lenguaje de cambio el que transformó al mundo al terminar la confrontación estéril de la Guerra Fría. 

Gorbachov era mayor, vivió 91 años, pero su muerte coincidió con la invasión no provocada de su país a Ucrania. Putin no quiere darle el homenaje a su figura de estadista pero el tiempo y la historia lo reconocerá como un libertador. 

En estos tiempos de tormentas populistas, de “hombres fuertes” que se valieron de la democracia para destruirla; en tiempos de Trump, Bolsonaro, Evo Morales, Nicolás Maduro, Raúl Castro, Tayyip Erdogan, Xi Jinping, Kim Yong-un y muchos autócratas más, vale la pena recordar que hay líderes que aman la libertad, sobre todo la de pensar, expresarse y transitar.

Al igual que los hombres de la Ilustración que se atrevieron a pensar fuera de las doctrinas religiosas, Gorbachov rompió con los dogmas impuestos por la ideología y las creencias absolutas del comunismo marxista.

La naturaleza humana a veces nos parece incomprensible, sobre todo cuando naciones completas se someten a las ideas de un sólo hombre. La etapa más avanzada de la política y la democracia, el ascenso social más admirable está ahí donde todo funciona por medio de instituciones. De 100 personas a quienes preguntamos si saben quién es el presidente de Suiza, ninguno puede contestar porque ese país cambia cada año a uno de sus siete ministros para que tenga representación oficial.

Después de escuchar el cuarto informe, comprobamos que estamos muy lejos de ese ideal. 

 

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