En su afán de conectar con los jóvenes, los actores públicos optan por simplificar su discurso y desdeñar la inteligencia.”
El lunes 24 de octubre, el experto en comunicación Raúl Trejo Delarbre publicó un espléndido artículo en La Crónica de Hoy en el que analiza la forma en que ciertas figuras públicas se presentan en TikTok, espacio de entretenimiento con más de mil millones de usuarios. A través de escenas espontáneas, diversos funcionarios pretenden conectar con las nuevas generaciones.
Trejo Delarbre pone de ejemplo al ministro presidente de la Suprema Corte, Arturo Zaldívar, que habla de futbol, explica por qué no toma Red Bull, acaricia un cachorro y se pone una bufanda roja mientras Taylor Swift canta “faltan pocas horas para la medianoche”. Más intrépido, Marcelo Ebrard se toma una selfie en el funeral de la reina Isabel para subirla a sus redes sociales y aparece con la cara pintada como una Catrina, dormitando en un avión o tropezando al entrar a un estadio (los sondeos revelan que los adolescentes aman las pifias). Por su parte, Claudia Sheinbaum se presenta tocando la guitarra en forma incierta, jugando al yoyo, mal pronunciando el nombre de Britney Spears y firmando la espalda desnuda de un seguidor mientras le gana la risa.
Estamos ante personas a las que no se les puede regatear inteligencia, pero que desean mostrarse “de otro modo”. La cantidad de vistas revela que son seguidas por cientos de miles, cuando no millones de personas, pero la estadística es engañosa, pues no revela si la popularidad se debe a la simpatía o al gusto por el ridículo ajeno.
México es un bastión de TikTok. De acuerdo con Trejo Delarbre, en Estados Unidos un usuario promedio consulta la aplicación 28 minutos al día. En México el umbral de atención es de hasta 41 minutos por persona.
TikTok tiene el criterio de verificación más endeble del orbe digital: deja pasar nueve de cada diez mentiras. ¿Vale la pena promocionarse ante un público desinformado, buscando votos de quienes no necesariamente irán a las urnas? Pero la pregunta esencial es otra: ¿Tiene sentido hacer desfiguros en TikTok para ser criticado por quienes no son adictos a ese medio? La conclusión de Trejo Delarbre es contundente: “Al exponerse en TikTok no convocan a la reflexión sino a la emoción, a una sonrisa en el mejor de los casos. Consideran que para ‘conectar’ con las audiencias jóvenes, deben mostrar sus tropiezos y errores. Hay cierto desdén hacia esos jóvenes cuando, para comunicarse con ellos, se emplean recursos tan huecos y simplistas”.
Utilizada como herramienta política, TikTok ayuda a construir una democracia para tontos. Por riguroso contraste, conviene recordar el caso de Bernie Sanders, cuya candidatura fue apoyada principalmente por los jóvenes. En ningún momento, este líder progresista, capaz de romper con la forma de financiamiento tradicional de los partidos, buscó simplificar su discurso ni hacerse el payaso. Propuso ideas transformadoras. Si no tuvo mayor impulso fue por el carácter conservador de los votantes mayores de cuarenta años que lo consideraban “socialista” y no le perdonaban que hubiera pasado su luna de miel en la Unión Soviética.
Sanders se convirtió en un ícono en memes y stickers, no por haberlo buscado, sino por apropiación de sus devotos seguidores. Si algo se puede decir de su campaña es que demostró que en un planeta amenazado los nuevos votantes buscan contenidos.
En la literatura, los personajes de la tercera edad que conectan con los jóvenes no son los que se hacen los chistosos, sino los sabios que se atreven a convertir su inteligencia en rebeldía. Cuando a los 13 años mi hija Inés se acercó a BEF, extraordinario ilustrador y escritor, dijo: “He encontrado a mi mentor, mi mago Merlín”. Ese liderazgo ha llegado con el nombre de Gandalf a los lectores de El señor de los anillos y con el de Dumbledore a los de Harry Potter. En la saga cinematográfica de Volver al futuro, el Dr. Emmett Brown extrema las posibilidades de la sabiduría excéntrica y se comunica con los jóvenes mejor que con los viejos.
Más sensatos que nosotros, los pueblos originarios de México se refieren a los ancianos como gente “de juicio” y en Japón se les considera “tesoros vivientes”.
En el México contemporáneo, los actores públicos están lejos de ser magos o científicos, pero si desean conectar con los jóvenes, deberían ejercer una actividad olvidada por la política: el pensamiento.