Catarsis: “purificación, liberación o transformación interior suscitadas por una experiencia vital profunda”.

Diccionario de la RAE

 

Son tan ricos que pudieron construir estadios de futbol en el desierto para celebrar el mundial; son tan prósperos que tienen el mayor ingreso por habitante del mundo; son tan relevantes que en su suelo guardan las reservas de gas suficientes para calentar a toda Europa. 

Su territorio es justo un tercio de Guanajuato pero es un país monárquico sin libertades políticas o religiosas. Construyeron la moderna Doha con la mano de obra barata de hindúes y nepalíes. Quieren ser modernos y atraer cultura con dinero. Un moderno museo de arte islámico en su capital fue diseñado por I.M. Pei. Con nuevas universidades y centros financieros quieren insertar parte de la cultura Occidental en la de Medio Oriente como lo hacen Dubai y Abu Dhabi. 

En la inauguración del torneo, la voz profunda de Morgan Freeman dialoga con el embajador de la Copa Mundial, Ghanim Al-Muftah, un joven carismático con capacidades diferentes, que habla de la tolerancia de las naciones, de la “tribu” a la que pertenecemos todos; de nuestra casa común que es el mundo. 

Detrás de esa construcción de frases ideales vive una de las culturas más intolerantes. No porque prohiben, al cuarto para las doce, el consumo de cerveza en los estadios, no porque azoten a turistas distraídos que contrabandean alcohol o a personas que muestran caricias y arrumacos en público. 

La discriminación es contraria a la tolerancia; el dogmatismo es enemigo de la libertad. El país árabe es intolerante con las mujeres, los grupos LGBT, los inmigrantes que viven como personas, no de segunda, sino de tercera o cuarta categoría y son la mayoría de los tres millones de habitantes de Catar. 

Los cataríes pueden señalar a Europa y al mundo desarrollado por discriminar a inmigrantes africanos, sirios y asiáticos. También pueden quejarse de la historia imperial de Inglaterra que hasta 1971 lo tuvo como un “protectorado”. 

La buena noticia es que haber comprado el mundial a la corrupta FIFA pondrá en el mapa el impresionante crecimiento económico y la voluntad de modernizar (occidentalizar) un país que hace poco era puro desierto. Sabíamos de Doha por los acuerdos comerciales que ahí se dieron, por las súplicas de Europa de que aumente su producción de gas para suplir el corte que hizo Rusia, país aislado del torneo por su criminal invasión a Ucrania. 

Otro buen ángulo del mundial será el arribo de 80 mil mexicanos, una cantidad sorprendente de viajeros que disfrutarán, como nadie, la maravilla de conocer ese país tan próspero. Al pasado mundial en Rusia fueron la mitad, unos 44 mil fanáticos. ¿Por qué hemos logrado esa marca? Seguro que la pandemia ayudó, el encierro de casi dos años propició que los hinchas de la Selección Nacional convirtieran en peregrinación sagrada la ida a Catar. Como ir a La Meca o a sumergirse en el Ganges, 80 mil paisanos lograrán la catarsis (no por Catar) de gritar ¡Viva México!

En lo deportivo albergamos la esperanza de que nuestra selección llegue a donde nunca, que algún milagro desconocido la lleve, al menos, a cuartos de final. Por lo que escuchamos de los expertos, ni Polonia ni Argentina lo permitirán. Con todos los medios atentos a lo que suceda en el otro lado del mundo, tendremos tiempo de quitarnos el empacho político de los últimos días. Olvidarnos un poco de lo que nos divide y gritar todos juntos a favor de la Selección, al parecer de las pocas cosas que nos pueden unir en estos tiempos. 

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