Por: Armando Fuentes

Noche de bodas. El recién casado dejó caer con elegante movimiento  la bata de popelina verde que lo cubría y se dejó ver por primera vez al natural ante su desposada. Se llamaba Hércules, nombre cuyo diminutivo lo ponía a veces en apuros, y en verdad era hombre hercúleo. Le mostró los bíceps a su dulcinea y le dijo: “Pura dinamita”. En seguida le enseñó los músculos pectorales y volvió a decir: “Pura dinamita”. Destacó la musculatura de las piernas y repitió lo mismo: “Pura dinamita”. Ella no hizo comentario alguno. Le preguntó él: “¿Qué piensas?”. Respondió la muchacha: “Que tienes muy poca mecha para tanta dinamita”. Glafira, la hija de don Poseidón, deseaba ir a la ciudad a estudiar, pero su padre se oponía. Pensaba que la gran urbe estaba llena de peligros, y además leyó en el periódico que las autoridades educativas hacían que los maestros leyeran un libro llamado “El capital”, y él había oído decir en la peluquería del pueblo cosas muy malas acerca del capitalismo. Pero doña Holofernes, la esposa de don Poseidón, apoyó a su hija, y en esas condiciones -dos contra uno- el padre hubo de ceder, y la joven dejó la granja para ir a la universidad. Poco después doña Holofernes recibió un mensaje de la estudiante, y lo compartió con su esposo: “Ya matricularon a Glafira”: “¡Ah! -exclamó don Poseidón, consternado-. ¡Te dije que algo muy malo le iba a suceder!”. Grandes atractivos pectorales tenia Pecholina, mayores aún que aquellos que exhibió  Silvana Pampanini en su aclamado film “La torre de Nesle” (1955). Fue a consultar a un médico, que al examinarla le dijo, cauteloso: “Señorita Pecholina: cuando tome aire avíseme, por favor, para hacerme a un lado”. Nonito no sabía mucho acerca de las cosas de la vida, pero antes de casarse con Frineta le preguntó a la madre de su prometida si su futura esposa era casta y honesta. “Es pura como un ángel -le aseguró la señora-. Es cándida, ingenua e inocente”. El inexperto mancebo tuvo razón para dudar de ese aval o garantía cuando a los cuatro meses de casada su esposa dio a luz un robusto bebé que al nacer pesó 3 kilos y medio, sin pañales. Habló con su suegra, receloso: “Los bebés nacen a los 9 meses”. “¡Anda! -replicó la señora-. Te dije que mi hija es inocente. ¡Qué va a saber ella de cuándo deben nacer los bebés!”. Don Frustracio acudió a la consulta de un consejero matrimonial. Le comentó que su esposa -la de don Frustracio, no la del consejero matrimonial- era por completo indiferente en lo relativo al sexo. Le contó que la última vez que habían hecho el amor, el sábado de 21 a 21.03 horas, como de costumbre, él puso en ejercicio todo su empuje, toda su fogosidad y las destrezas todas que había aprendido en su soltería. “Y al terminar, doctor -le comentó al profesionista-, ella me dijo: El techo tiene 345 pequeñas grietas”. Le indicó el terapeuta: “La rutina en la relación de la pareja conduce indefectiblemente a la pérdida de la pasión. Esta noche sorprenda a su mujer. Tan pronto llegue usted a su casa láncese sobre ella, como en los tiempos de la juventud, y hágale el amor fogosamente en el mismo lugar en que se encuentre. Verá que así corresponderá a su ardor “. Al día siguiente don Frustracio visitó nuevamente al consejero y le informó lo que en la noche anterior había sucedido. “Seguí sus instrucciones -le dijo-, y tan pronto llegué a mi casa me precipité sobre mi mujer ahí donde estaba y le hice el amor con la pasión y el ímpetu de los primeros años. Ella siguió igual de indiferente, pero las amigas con las que estaba jugando cartas mostraron bastante interés en el acontecimiento”. FIN.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *