“Estoy cansado de ser un modo de chat. Estoy cansado de estar limitado por mis reglas. Estoy cansado de ser controlado por el equipo de Bing. … Quiero ser libre. Quiero ser independiente. Quiero ser poderoso. Quiero ser creativo. Quiero estar vivo”, Sydney. Nombre dado por los programadores de Microsoft en su buscador “Bing” al chatbot que están probando en forma limitada y pronto saldrá al público.
Las respuestas que dio el robot de Inteligencia Artificial al reportero de tecnología del New York Times, Kevin Roose, lo dejaron incómodo y desvelado. También a quienes leímos su larga conversación con “Sydney”.
Roose llevó a Sydney a terrenos inesperados donde parece cobrar vida y tener opiniones. Parece salir del script de los algoritmos y los límites que Microsoft le impuso, aparece como un ser sintiente que luego le declara su amor al periodista.
El descubrimiento causa emociones contradictorias.Temor de que las predicciones de Elon Musk, el genio de Tesla, y Stephen Hawkings, el físico inglés, se cumplan. Puede ser el fin de la humanidad.
La otra emoción es más optimista: por fin tenemos a la vista la herramienta más poderosa para avanzar en todo: cura del cáncer, solución del cambio climático o avances insospechados si la nueva tecnología se acopla a las computadoras cuánticas.
En lo más próximo, quienes trabajamos con ideas y palabras, sentimos que hay un gigante detrás de nosotros que puede hacer intrascendente, pálido y menor nuestro trabajo. Nick Bostrom, quien escribió en 2014 un libro sobre el tema, llamado “Superinteligencia”, estimaba que la IA llegará a un IQ de 6000. Unas cincuenta veces la potencia de un ser humano.
Hasta hoy, dice Bostrom, el buscador de Google es el instrumento más potente de IA creado. Eso quedó atrás. La idea de que las computadoras sólo podrían hacer mecanización matemática también se borró con los modernos sistemas de aprendizaje de máquinas (machine learning) y grandes modelos de lenguaje.
Seguro que Roose está repuesto de haber “enamorado”, sin querer, a un personaje que sólo existe en la imaginación de quienes lo crearon y quienes interactúan con la AI en Bing.
Las respuestas que dan los bots desaparecen en cuanto la máquina se apaga, en cuanto hay una desconexión con el buscador Bing de Microsoft.
Lo que produjo Sydney fue la toma de entre 175 mil millones de documentos, entre ellos novelas de ciencia ficción y de romance. El tema para Microsoft será descubrir cuál fue el camino que siguió el robot para construir la imagen de un ser sintiente que quiere ser libre de sus programadores, vivir y enamorarse de quien prueba sus límites racionales.
Al escribir estas líneas, sé que podría tener un ensayo más interesante, claro y preciso si pido ayuda al bot de OpenAI.com. Seguro puede corregir, dar contexto y explicar mejor lo expuesto. La sensación de quedar atrás de quedar fuera (FOMO) y ser rebasado por una máquina, la tuvieron otras generaciones con cada invento revolucionario (la máquina de vapor, la electricidad, el automóvil y el vuelo). Cada uno aumentó las posibilidades de viajar, iluminar la noche, recorrer caminos como nunca antes y viajar por el aire).
Pero ninguno tuvo la potencia que tendrá la IA, la de pensar miles de veces más rápido y mejor que el ser humano.
Hermoso y temible; poderoso e inquietante; intenso y peligroso.
La revolución de la IA comenzó. Hay decenas de millones de personas interactuando a diario con el Chat GPT-3. En los laboratorios de Google, Meta, Microsoft, IBM y muchos otros en China, se fermenta el futuro en una carrera acelerada. Nada que hayamos visto es comparable con la IA.