Cuando un gobierno no combate la criminalidad es porque son cómplices”.
Nayib Bukele
El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, logró reducir la criminalidad en un 90% en tres años. Su técnica, no muy ortodoxa o humana, consistió en declarar terroristas a las pandillas “Mara Salvatrucha” y “Barrio 18”. Estableció un estado de excepción (suspensión de garantías) para detener a pandilleros, criminales o delincuentes comunes sin orden previa.
Hizo un plan por territorios y llenó las cárceles hasta el grado de que dos de cada cien adultos salvadoreños están en ellas. Acaba de inaugurar una cárcel de miedo. Los reos viven en celdas donde el hacinamiento llega a dos personas por metro cuadrado. Con literas de acero, no cuentan siquiera con colchones. Las fotografías se han convertido en una morbosa atracción en las redes.
Vemos con asombro a los detenidos sentados en cuclillas uno cerca del otro, vestidos sólo con un largo calzón blanco. En sus dorsos y en sus brazos están los tatuajes que los identifican. Para el gobierno no ha sido difícil encontrarlos porque en la marca está la denuncia de quiénes son.
El argumento del presidente salvadoreño: su país tuvo una guerra civil en las décadas de los setentas y ochentas que no terminaba. La paz verdadera nunca llegó debido a la violencia y anarquía producida por temibles criminales que regresaban de Estados Unidos donde habían logrado establecer sus organizaciones.
Sería largo contar cómo algunos de los jóvenes que huyeron de la guerra y se refugiaron en Estados Unidos se agruparon en organizaciones criminales para sobrevivir a las pandillas establecidas en Los Ángeles o Nueva York. Para El Salvador, el problema es que regresaron a su país sin que hubiera instituciones de seguridad pública sólidas.
Ganaron territorios y comenzaron la extorsión, el secuestro y el asesinato. En el 2015 el país tuvo 6656 homicidios. Un índice de 105 por cada cien mil habitantes. El año pasado bajó a menos de 600.
Todos los presidentes anteriores a Bukele fracasaron en su intento de recuperar la seguridad y la paz. La guerra seguía pero ahora en otra forma que incluso lastimaba más que la guerra. Los heridos y las bajas eran civiles.
Para vender la suspensión de garantías, Bukele creó la narrativa de que los pandilleros eran terroristas, cómo hizo Guanajuato con las personas que roban vehículos para cerrar carreteras o incendian comercios para generar terror.
Mientras los organismos de derechos humanos critican el trato inhumano de los presuntos delincuentes, los salvadoreños apoyan en un 95% el método de su presidente. “No es algo que pueda solucionar el problema a largo plazo”, criticaba ayer un periodista salvadoreño en el programa de Oscar Mario Beteta y llamó “populismo punitivo” lo que hace Bukele.
El cambio radical es que ahora hay gobierno y “el miedo cambió de lugar”. Antes la gente vivía encerrada en su casa, aterrorizada por lo que pudiera pasar en las calles, “ahora el miedo lo tienen ellos”, los pandilleros. Claro que debe ser terrible caer en una cárcel que podría llevar el sobrenombre de “El infierno”.
La popularidad de Bukele está en el 86% de aprobación. Ningún otro líder lationoamericano la tiene. El ciudadano no piensa en la inhumanidad del castigo, la posible equivocación en las detenciones o el sufrimiento de los familiares de los encarcelados. Sólo sienten que Bukele les regresa el país que habían perdido.
Una mujer decía que estaba feliz porque “su casa había crecido”. ¿Por qué, le pregunta un entrevistador?, “porque ahora los niños pueden salir a la calle y antes no”.