Por: Armando Fuentes
Dos amigos se hicieron de palabras en el Bar Ahúnda. Uno le dijo a su camarada: “Eres tan idiota que ni siquiera has de saber follar”. “¡Ah! -se indignó el otro-. ¡Ya te vino tu esposa con el chisme!”.
El cabecilla de los rebeldes cayó en manos de las fuerzas del gobierno, que lo llevaron a su cuartel. Desde lo alto de una loma cercana los seguidores del prisionero trataban de averiguar la suerte de su jefe. “Lo sacaron al patio -dijo uno que veía los acontecimientos a través de un catalejo-. Le están vendando los ojos”. “¡Mano Poderosa! -exclamó alarmado otro, que pese a ser rebelde no había olvidado las jaculatorias aprendidas de su madre-. ¿Lo irán a fusilar?”. “Pienso que sí -opinó el primero-. Piñata no veo”. Glafira, la hija de don Poseidón, fue a estudiar la carrera de Medicina en la ciudad. Terminado el primer curso volvió de vacaciones al pueblo, y les comentó a sus padres: “Tuve examen de Anatomía con tres maestros. Me tocaron los órganos sexuales”. “¡Ah! -profirió indignado el vejancón-. ¡Ya sabía yo que allá todo es pura perversión!”. El guía del tour le dijo a uno de los viajeros al darle la llave de la habitación que le había correspondido en el hotel: “Lo siento. No va a poder usted dormir en toda la noche. Conozco a su compañero de cuarto, Una vez tuve la mala suerte de compartir la habitación con él, y ronca tan fuerte que no pude dormir en toda la noche”. Al día siguiente el viajero se veía descansado. Por el contrario, el roncador mostraba unas ojeras descomunales. El guía le preguntó al primero: “¿Qué hizo usted para poder dormir?”. Explicó el tipo: “Antes de acostarme le di un besito en la mejilla al compañero y le dije con fingida voz aflautada: ‘Dulces sueños, guapo’. Dormí perfectamente. El que no pegó los ojos en toda la noche fue él. Se la pasó sentado en la cama, vigilándome”. La mujer le dijo al hombre: “Voy a tener un hijo. Debemos casarnos”. Adujo el majadero: “Un hijo no es motivo suficiente para que nos casemos”. Replicó hecha una furia la mujer: “¡Pero nosotros ya tenemos cinco, desgraciado!”. La novia hizo la cena, pues su novio iba a ir aquella noche a presentarse con los padres de la chica. Cocinó ella una lasaña y un pastel de dátil, aunque a decir verdad a la hora de servir los platillos nadie pudo acertar a decir cuál era cuál. La mamá, obsequiosa y complaciente, le preguntó al novio: “¿Es esto lo primero que disfruta usted hecho por mano de mi hija?”. Respondió el galancete: “De comer, sí”. Dulcibel, muchacha hermosa, le dijo en el hotel de playa a Susiflor, linda como ella: “A un kilómetro de aquí hay una pequeña bahía solitaria. Ahí podríamos nadar y tomar el sol desnudas”. “¿Para qué? -opuso Susiflor-. Nadie nos vería”. El padre Arsilio viajaba en autobús de pasajeros. En el mismo asiento que ocupaba él iba una joven mujer de apetecibles prendas corporales. Cada vez que el vehículo viraba hacia la izquierda el buen sacerdote se inclinaba hacia la dama. Acongojado decía entonces para sí: “No nos dejes caer en la tentación”. Cuando el camión viraba hacia la derecha era ella la que caía sobre el padre Arsilio. Decía entonces él con cristiana resignación: “Hágase, Señor, tu voluntad”. Don Blasonio, caballero chapado a la antigua, les contó a los socios de su club: “Una vez tuve que luchar por el honor de una dama. Ella quería conservarlo”. El periquito de la casa salió del corral a donde había entrado en forma por demás imprudente. Iba atufado, mohíno y con las plumas en desorden. Masculló colérico: “¿Por qué nadie le ha informado a ese cabrón gallo que no hay gallinas verdes?”.FIN.