Por: Armando Fuentes. 

La esposa le dijo a su marido: “Tus besos me saben a gloria”. Replicó él: “Son imaginaciones tuyas. Hace más de un  mes que no la veo”. Los juristas romanos -Ulpiano, Celso, Gallo, Justiniano- daban el nombre de injuria a todo acto violatorio del derecho. El tristemente célebre Plan B de López Obrador es eso, una injuria, un atentado contra la legislación que rige los procesos electorales y contra el Instituto Nacional Electoral, la institución autónoma encargada de organizarlos y dar cuenta de sus resultados. Por eso el ministro Laynez, de la Suprema Corte, estuvo atinado y muy puesto en razón cuando con estricto apego al orden jurídico decidió dar entrada a la controversia constitucional interpuesta por el INE, con lo cual puso freno a la aplicación de la ilegal iniciativa de AMLO. Su determinación fue causa de que a la injuria el Presidente añadiera la injuria. Se desató en una serie de calificativos afrentosos contra la Corte y los ministros, a quienes llamó “la mafia en el poder”; los tildó de partidarios de la oligarquía, de enemigos de la democracia, y dijo de ellos que su único Dios es el dinero; así, con todas sus letras, háganme ustedes el refabrón cavor. Característica universal de los autócratas es que montan en cólera y pierden los estribos cuando su omnímoda voluntad encuentra algún obstáculo. Berrean entonces, iracundos, y hacen rabietas y pataletas al modo de los niños malcriados. El destino natural del Plan B es el bote de la basura, por ilegal, por antidemocrático e irracional. La ciudadanía consciente y libre está de plácemes; menudean las muestras de reconocimiento al Poder Judicial; a sus integrantes, agraviados por el Ejecutivo, y el ministro Laynez recibe multiplicadas muestras congratulatorias por la suspensión que ordenó y que detuvo las aberrantes medidas ordenadas por el caudillo de la 4T para fortalecer su régimen y su poder personal. Muy posiblemente la mañanera de hoy contendrá una nueva andanada de denuestos a la Suprema Corte por parte de López Obrador, que considera enemigos personales a quienes no se someten lacayunamente a sus dictados. Esas ofensas hacen más daño a quien las profiere que a aquéllos a quienes van dirigidas. Así pues, celebremos señores con gusto esta medida que da alientos al INE, a la democracia y a las buenas casusas de México. Don Algón le hizo un servicio grande a su guapa vecina. Le dijo ella: “No tengo palabras para agradecerle este favor”. Replicó el salaz ejecutivo. “Permítame sugerirle algunas.: ‘Cena’. ‘Copas’. ‘Cama’. ‘Sí’.”. Dijo aquella mujer: “Hay hombres necesitados de amor, y yo se los doy a cambio de una módica cuota”. Preguntó alguien con cautela: “¿Es usted.?”. Ella se apresuró a aclarar: “Soy propietaria  de una casa de retiro para ancianos”. La señorita Himenia, célibe de muchos calendarios, se presentó en la inspección de policía y declaró: “Un hombre me besó sin mi autorización”. La interrogó el oficial de guardia: “¿Cuándo sucedió eso?”. Respondió ella: “Hace 30 años”. El gendarme se asombró: “¿Y hasta ahora viene a denunciar el hecho?”. “No vengo a denunciarlo -manifestó la señorita Himenia-. Vengo a evocarlo. Recordar es vivir”. Don Pecunio, dineroso señor, le dijo al pretendiente que pedía la mano de su hija: “Quiero que sepa usted, joven, que Moneta está acostumbrada a vivir como reina”. “Lo entiendo, señor -replicó el solicitante-. Viviremos con ustedes, de modo que yo también me acostumbraré a vivir como rey”. Acnerito, muchacho adolescente, le pidió a su padre: “Háblame de sexo”. “¿De sexo? -se alarmó el señor-. ¡Qué voy a saber yo de sexo! ¡Tengo 20 años de casado!”. FIN.

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