La tragedia de Ciudad Juárez, el infierno en la frontera donde fallecieron 38 migrantes, fue exportada por un régimen totalitario de izquierda caribeña. Venezuela expulsó a 7 millones de habitantes por el fracaso económico de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Un millón más que toda la población de Guanajuato.

Después del incendio, familiares abrumados por la espera, ondeaban una bandera venezolana, aunque no se sabe con exactitud de qué nacionalidad fueron las víctimas.

Venezuela, que tiene las reservas de petróleo y de gas más grandes de América, sólo comparables con las de Arabia Saudita y Rusia, vive en la miseria. La pésima administración del gobierno quesque socialista, llevó a un récord la inflación al llegar al 65 mil por ciento en 2018. “Bajó” al 500% este año. Los bolívares valían más como papel que como forma de pago.

Quienes tenían recursos se exiliaron en Estados Unidos, España y Europa. Los más golpeados por la pobreza salieron al norte con la esperanza de recibir asilo en Estados Unidos. Muchos pasaron por México y llegaron a la frontera en donde toparon con un muro infranqueable.

Al principio del sexenio con  espíritu fraterno, el presidente López Obrador decía que recibiríamos a los hermanos latinoamericanos en México. La respuesta fue inmediata: si México nos recibe bien, podemos dar el primer paso para llegar a EE UU. Vinieron las caravanas con hondureños, guatemaltecos, venezolanos y cubanos. Huían de la violencia, la represión y la falta de oportunidades.

Las historias de familiares o de otros paisanos que lograron pasar y conseguir una forma de vida digna al norte de la frontera, animaron a muchos. La pandemia hizo el resto. Ola tras ola, México absorbió en la frontera a miles de migrantes, con toda la complejidad de albergarlos.

Hace unas semanas los venezolanos, desesperados por pasar la frontera, quisieron brincar las vallas y rebasar a los policías de migración, sólo para ser repelidos por la fuerza. Sus condiciones de vida en la intemperie y sin alimentos, dependía de la generosidad de los juarenses. Un infierno de desesperanza.

En los dos lados de la frontera hay oferta de empleo suficiente y falta gente para trabajar. Pero nuestros gobiernos tienen miedo a la migración. Si abren la puerta, atraerán a millones de personas que la están pasando muy mal en Cuba, Venezuela y Centroamérica. El imán del bienestar norteamericano es demasiado poderoso para resistirlo.

El dolor infinito de las familias debe pesar en la reflexión de lo que México puede hacer para aliviar a quienes huyen del fracaso comunista-populista de dos países ricos en recursos naturales, historia y cultura. Por lo pronto no imitar o ensalzar su ideología retorcida donde los ciudadanos no tienen voz, libertad y facilidad de emprendimiento.

En Guanajuato reportan falta de trabajadores. Cuando preguntamos a los empresarios por qué no dan empleo a los centroamericanos que están de paso o a los venezolanos, la respuesta es que los migrantes tienen fija la mira en Estados Unidos. Podrán estar algún tiempo aquí, pero su mente está en Texas, California o Florida. 

Cuba y Venezuela podrían ser potencias económicas con buenos gobiernos y vida democrática. Si imaginamos a Cuba y a Venezuela libres y abiertas al mundo, alentando el emprendimiento, la inversión extranjera y el capital humano, nadie tendría por qué huir de su tierra, de sus raíces y familias. México está a mitad del camino, en geografía y en desarrollo. 

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