Por: Armando Fuentes
San Zaqueo de la Barranca se llamaba antes ese pueblo, pequeño como su santo patrono. Por pruritos de laicismo algún alcalde con pujos jacobinos le cambió el nombre y le puso Bardomiano Argudillo, en homenaje a un personaje local que en la Revolución fue sucesivamente maderista, carrancista, zapatista, villista, obregonista y callista. Luego, en sus años finales -vivió longeva vida- se hizo priista, y por último panista en el sexenio de Marta Sahagún y Vicente Fox. La gente, sin embargo, sigue usando el antiguo topónimo, San Zaqueo, y el nuevo, el de don Bardomiano, aparece sólo en la papelería oficial. Algo semejante sucedió con Zapotlán el Grande, lugar natío de Juan José Arreola. Le quitaron al poblado aquel sonoro nombre y en su lugar le pusieron el de Ciudad Guzmán. Aun así el versátil autor de “La feria” se negó siempre a usar ese apelativo, y continuó diciendo Zapotlán. Hizo muy bien. El caso es que en San Zaqueo había solamente dos tiendas de abarrotes, propiedad una de Venancio, español él, y la otra de Pancho, originario y vecino del villorrio. No obstante ser competidores había entre ellos buena amistad, y con frecuencia se reunían en la cantina “El Seguro” a echar la copa y a jugar dominó. Completaban el cuarto el cura párroco del pueblo, el padre Ardelio, y el notario don Pioquinto. Debo consignar el hecho de que Venancio el español se negaba a tener por compañero al sacerdote, pues profesaba ideas liberales. Leía a Juan Jacobo y a Voltaire, y tenía en alta estima las novelas de Vargas Vila, prohibidas por la Iglesia. Afirmaba que “Flor de fango” era comparable por su estilo y elevación de miras al Quijote de Cervantes. El presbítero no ponía reparos a las opiniones del peninsular. Cumplía una de las siete obras espirituales de misericordia que el P. Ripalda enumera en su antiguo Catecismo: sufrir con paciencia las flaquezas de nuestro prójimo. Escuchaba las diatribas de Venancio como quien oye llover, aunque secretamente se alegraba cuando él y Pancho les ponían zapato al español y a don Pioquinto, esto es decir cuando los derrotaban feamente en el dominó. El caso es que cierto día otros dos vecinos de San Zaqueo, español uno, mexicano el otro, se pusieron a discutir acerca de un tema delicado: quiénes son más tontos, los españoles o los mexicanos. (Al decir “tontos” uso un eufemismo que los tales vecinos no emplearon). Le dijo el mexicano al español: “Voy a demostrarte que los mexicanos somos más listos. Ven conmigo”. Lo condujo a la tienda de Venancio y le preguntó a éste: “¿Tienes velas con el pabilo abajo?”. “¿Velas con el pabilo abajo? -se desconcertó Venancio-. No, no tengo. Todas las velas tienen el pabilo arriba”. Salieron del local y le indicó el mexicano al español: “Vamos ahora a la tienda de Pancho”. Llegaron y le dijo al mexicano: “¿Tienes velas con el pabilo abajo?”. “¿Velas con el pabilo abajo?” -repitió Pancho. Y luego, tras una breve pausa, respondió: “Sí, si tengo”. Tomó unas velas, las volteó al revés y se las presentó con el pabilo hacia abajo. Salieron los supuestos clientes de la tienda, y el mexicano le dijo con acento de triunfo al español: “¿Lo ves? Los mexicanos somos más listos que los españoles”. “Joder -protestó con enojo el español-. El hecho de que la tienda de Pancho esté mejor surtida que la de Venancio no significa que los españoles seamos más tontos que vosotros los mexicanos”. Pues bien: en la operación de compraventa celebrada entre Iberdrola y la 4T, los mexicanos que participaron en ese acto fueron infinitamente más tontos que los españoles, y éstos infinitamente más listos. Al decir “tontos” uso un eufemismo. FIN.