El gobierno desistió de legalizar el cabotaje aéreo en el país. La idea sería que aerolíneas extranjeras pudieran volar entre ciudades mexicanas como lo hacen Aeroméxico, Volaris, Viva Magnicharter o Viva Aerobús.
Era una iniciativa absolutamente neoliberal. Cielos abiertos para United, American, Southwest o cualquiera que quisiera venirse a México para explotar las rutas de los múltiples aeropuertos nacionales. Imagine tomar un avión de Southwest de Bajío a Cancún. O de Bajío al Benito Juárez de la CDMX con un precio a la mitad de lo que cobra Aeroméxico.
Qué tal vuelos de American Airlines de Bajío a Tijuana o a Vallarta. La propuesta era abrir de par en par las puertas del cielo mexicano como acuerdan algunos de los países europeos o asiáticos para fomentar la competencia en favor de los viajeros.
La iniciativa traía chanfle. Servía para presionar a las líneas nacionales a mudarse al AIFA o sufrir las consecuencias de una competencia despiadada de los gigantes foráneos. Ni Estados Unidos, el país neoliberal por antonomasia, lo permite. Jamás dejarían que Aeroméxico volara de Los Ángeles a Nueva York.
Quienes levantaron de inmediato una protesta fueron los sindicatos de pilotos y de sobrecargos porque podrían perder su trabajo en poco tiempo. Exageraron un poco cuando dijeron que se perderían cientos de miles de empleos.
La presión del presidente no funcionó porque, a menos que les pongan una pistola en la cabeza, las aerolíneas nacionales no irán al AIFA en masa porque perderían mercado, porque no es un punto de encuentro o HUB de rutas aéreas.
Hace tiempo sufrí el capricho gubernamental cuando regresaba de Cuba y nos aterrizaron en el AIFA para luego llevarnos en camión al Benito Juárez, mientras los pilotos volaban un avión vacío al destino original.
El presidente López Obrador dijo que lo podían celebrar quienes se opusieron. En realidad la única que lo celebra es la razón. Destazar la industria aérea nacional con una medida neoliberal hubiera causado estragos. Por eso lo pensaron bien.
El presidencialismo en México puede lograr muchas cosas por dedazo, como destruir sin piedad el trabajo de miles de mexicanos en lo que sería la obra pública más importante de la historia con Texcoco. Lo que no puede hacer es enfrentar a un gremio tan importante como el de los pilotos y azafatas, todo por mudarlos a fuerza a un aeropuerto que no funciona porque no tiene interconexiones.
No las tiene porque le dieron en la torre a la categoría uno de la aviación nacional. Con esa calificación nuestras líneas aéreas podían establecer rutas a cualquier parte de Estados Unidos. Como estamos en categoría dos, sólo las líneas norteamericanas pueden ir y venir a donde quieran entre los dos países. Por eso el AIFA, que es nuevo, no tiene vuelos a EEUU. Para mejorar su tráfico lo primero que debe hacer la Secretaría de Comunicaciones es recuperar la categoría uno. El problema es que con el austericidio le quitaron recursos a la Agencia Federal de Aviación Civil, antes DGAC. El caos administrativo y la incompetencia de muchos funcionarios tuvo como resultado que la FAA (Agencia Federal de Aviación) norteameriana nos degradara.
Aunque pocos lo crean, la gran solución a la aviación comercial de México es volver a Texcoco, rescatar el maravilloso proyecto destruido y realizar uno de los mejores negocios para el país: tener un HUB como el de Estambul o Panamá. Pero ese es otro tema.