Por: Armando Fuentes
El médico examinaba a su paciente, una joven mujer de exuberante busto. Le pidió: “Por favor, señorita Grandtetier. La próxima vez que le diga: ‘Tome aire’, deme tiempo de hacerme a un ladito”. Lorenzo Rafail, mancebo campesino, cortejaba inútilmente a María Candelaria, la flor más bella del ejido. La muchacha, esquiva y retrechera, no daba oídos a los desmañados requiebros y rústicas galanterías de su enamorado, antes bien se burlaba de él en cuantas formas podía. Una tarde estaba con sus amigas en la fuente cuando Lorenzo Rafail pasó a lomos de su asno. “¡Miren!” -les dijo María Candelaria a sus compañeras-. ¡Un burro de dos pisos!”. Puedo decir lo mismo que López Velarde dijo: “No tengo miedo de morir, porque probé de todo un poco”. Un temor tengo, sí, que llega casi al pánico: abrir por la mañana las páginas de los periódicos. A fin de no hallar en ellas noticias negativas leo solamente los avisos de ocasión. Caliginoso, turbio es hoy por hoy el paisaje de la realidad nacional; en él hallamos sólo motivos para desesperar. La matinal comparecencia del presidente López acentúa el pesimismo, y lleva a quien la ve a preguntarse cuánto costará el pasaje -de ida solamente- a Timbuctú. Malas noticias por doquier, y además en todas partes. Tenemos que asistir por fuerza al deplorable espectáculo de la politiquería partidista, de los acuerdos vergonzantes entre los dirigentes cupulares para conservar sus privilegios, sus gajes y prebendas. Pancismo se llama eso. Para huir de tan pestilente realidad me refugio en los libros, en su lectura y escritura. Uno mío acaba de publicar Diana, del Grupo Editorial Planeta. Se llama “México en mí”, y es un paseo por todos los entrañables sitios de nuestro país que he recorrido a lo largo de mi vida de juglar, con hilarantes anécdotas de sus personaje; relatos de sus tradiciones y leyendas; gozosa descripción de sus yantares y beberes. Ahí está ese México nuestro que nadie nos puede arrebatar, pues lo recibimos en herencia de nuestros padres y nuestros abuelos. Confío en que mis cuatro lectores recibirán bien el libro, pues muy posiblemente será el último que escribiré. Es una canción de amor dedicada a este país nuestro tan lastimado, tan dolido, pero tan lleno de fortaleza y de valores. Pronto estará en las librerías de prestigio, como antes se decía. Su presentación en sociedad la haré, previo permiso de la Autoridad, en la Feria del Libro de León, el domingo 14 de mayo. En las páginas de “México en mí” encontrarás el México que vibra y late en ti. Meñico Maldotado es un joven varón con quien natura se mostró avara, roñosa, cicatera y cutre al proveerlo de atributo masculino. Cada mes acudía a la consulta de un urólogo de fama, el doctor Pipión, a fin de que le revisara la citada parte. Esperaba que el facultativo le recetara algún medicamento o le indicara algunos ejercicios para agrandarla siquiera fuese en mínima proporción. Un día llegó al consultorio y saludó a la enfermera que ayudaba como asistente al médico: “¿Cómo está usted, Lalupita?”. Replicó ella, desconcertada: “No me llamo así”. “Perdone -se justificó Maldotado-. Es que cada vez que el doctor me va a revisar le dice a usted: ‘Señorita, la lupa'”. En el Bar Ahúnda un tipo le confió a otro después de haber bebido un par de copas de tequila, o tres o cuatro: “Me pasa algo muy raro: puedo hacer el amor con todas las mujeres, menos con la mía”. Con otra confidencia respondió el amigo: “A mí me pasa lo contrario: no puedo hacer el amor con ninguna mujer, sólo con la tuya”. FIN.