Crimen organizado y Gobierno desorganizado: peligrosísima combinación. En tanto que los carteles de la droga muestran una eficiencia semejante a la de las grandes corporaciones internacionales, el régimen de la 4T se mira aturrullado frente a los problemas derivados de ese tráfico que tan graves daños causan y que tan enormes ganancias dejan a quienes lo practican. En el caso del fentanilo el presidente López ha decidido imitar la conducta del avestruz, ave de la cual se dice, con verdad o falsamente, que mete la cabeza en un hoyo para huir de la realidad, pues supone que así se libra de ella y hace desaparecer todos los peligros. Negar que en México se produce esa sustancia es negar lo evidente. Sucede que quienes la elaboran y distribuyen han sentido en la tonta política de “abrazos, no balazos”, si no una patente de corso sí una especie de lenidad que los lleva a actuar con mayor tranquilidad que aquélla con la cual lo hacían antes, por más que siempre se ha sabido de arreglos y complicidades entre los delincuentes y los encargados de perseguirlos. La actitud de AMLO explica la creciente tensión entre México y Estados Unidos en lo relacionado con el problema de las drogas, sobre todo con el citado fentanilo. Esperemos que en una de éstas no dé una rabiada el Tío Sam, bonachón las más de las veces, al menos en apariencia, pero que esconde siempre tras la espalda su proverbial big stick. (Hago como madame Pimentón -se le llamaba así por su nariz de un fuerte color rojo, producto  de sus frecuentes libaciones-. pintoresco personaje del Madrid de los pasados tiempos. A cambio de unas monedas que los parroquianos le obsequiaban cantaba en restoranes y cafés trozos de ópera, zarzuela y opereta. con voz tan desafinada y carrasposa que movía a risa a quienes la escuchaban. Al cantar un aria de “Marina”, aquélla de: “Marina, yo parto muy lejos de aquí”, ella decía: “Marina, yo marcho muy lejos de aquí”, pues pensaba que la palabra “parto” no era para ser oída por las señoritas que se hallaban entre la concurrencia. Con el mismo espíritu de pudicicia yo escribí big stick en vez de usar la expresión castellana “gran garrote”). Conocí a doña Gorgona. Cuando de ella hablo no puedo menos que recordar aquella lápida funeral cuyo epitafio dice: “Aquí yace la señora Fulana de Tal. Hija ejemplar. Madre abnegada. Esposa regular”. Menos que regular era aquélla. Fiera mujer, como su nombre indica, tenía carácter áspero, díscolo, ácido. Trataba con rudeza a su marido; lo afrentaba y hacía objeto de humillaciones y desprecios. Pasó a mejor vida la tal doña Gorgona. Su cuerpo fue incinerado, pues así lo ordenó ella. Pasó algún tiempo -quizás una semana- y don Sulpicio, su viudo, tomó la urna que contenía las cenizas de su finada cónyuge, la llevó a campo abierto, y tras abrir la urna se dirigió en los siguientes términos a las cenizas: “¿Recuerdas, viejita, que nunca me dejaste cumplir mi sueño de tener un auto deportivo? Pues mira”. Y presentó un flamante convertible rojo. Volvió a dirigirse a las cenizas: “¿Recuerdas, viejita, que decías que no podría yo encontrar una mujer mejor que tú? Pues mira”. Y señaló a una estupenda morena de exuberantes curvas que en el auto lo esperaba. De nueva cuenta don Sulpicio les habló a las cenizas: “¿Y recuerdas, viejita, que decías que yo ya no soplaba? Pues mira”. Y así diciendo sopló con todas sus fuerzas sobre la urna, de modo que a las cenizas se las llevó el aire. Este relato no tiene moraleja. El escribidor que lo pergeñó no cree ni en los moralistas ni en las moralejas. Quizá mis cuatro lectores -y lectoras- le hallen una. FIN.

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