Las guerras que vivimos no tienen porqué ser en nuestro siglo. Desde principios de la Primera Guerra Mundial, Bertrand Russell se opuso al conflicto y a que el Reino Unido enviara jóvenes a las trincheras europeas. Decían que era la guerra que acabaría con todas las guerras. No fue así. 

Unos 880 mil soldados ingleses y 110 mil civiles fallecieron en las peores condiciones, en un conflicto de vanidades entre líderes europeos. Todo desatado por el pretexto de un asesinato del aristócrata austro húngaro Franz Ferdinand en Sarajevo. Fue una guerra -como todas- sin sentido. 

La posición pacifista de Russell lo llevó a la cárcel cuando se opuso al conflicto y al reclutamiento obligatorio de los jóvenes como un atentado contra su libertad individual. Estuvo recluido 4 meses de los seis a los que lo habían sentenciado en 1918. 

Un siglo después su postura pacifista y la de otros como Albert Einstein o Mahatma Gandhi, debe hacernos pensar en el futuro de la humanidad. Russell decía que si queríamos sobrevivir como especie, debemos ser “tolerantes con las ideas de otros” porque, si no, pereceremos todos. 

Corramos la imaginación con las complicaciones de la guerra de Rusia contra Ucrania. Entre más se prolonga el conflicto, la salida se ve remota y compleja. Si los países de la OTAN arman a Ucrania para que derrote en su propia tierra a Rusia, existe la posibilidad de que Vladimir Putin suelte una bomba atómica “táctica”. Algo que metería de lleno y en directo a Europa y a Estados Unidos. 

China se alía con Rusia, algo que debería de poner focos rojos en México. Nuestro alineamiento no puede estar fuera de Norteamérica y Europa. Estamos integrados en nuestras economías y la aspiración democrática de la mayoría. Imposible jugar a la neutralidad o a la simpatía con los tiranos de Rusia y China. 

Nunca, desde la Segunda Guerra Mundial, la humanidad escalaba sus riesgos de extinción como ahora. No es exageración. Con algunos cientos de explosiones nucleares tendríamos un apocalipsis. Tan sólo Rusia cuenta con más de 4 mil bombas atómicas. Sumadas a las de Estados Unidos y Europa, tendríamos un invierno nuclear irremediable. 

Si tenemos comunicaciones inmediatas en todo el mundo, si podemos estar en contacto los ciudadanos de 200 países, ¿por qué no hacemos algo para parar la demencial carrera de armas? Si los europeos hubieran previsto lo que sucedería con la Segunda Guerra Mundial, seguro se hubieran rebelado ante el fascismo de Hitler. Japón jamás hubiera entrado a una guerra donde al final recogió la destrucción de sus ciudades y dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. 

¿No estamos frente a un escalamiento irreversible? Si es así, todos los ciudadanos del mundo deberíamos comenzar por manifestarnos al unísono en una gesta pacífica universal. Vivimos en una indiferencia criminal. Pensamos que la guerra en Ucrania es un asunto entre los dos y no el detonador de una probable guerra mundial.

¿Dónde están los líderes como Russell que se enfrenten con ideas y acciones a la barbarie criminal de la guerra? ¿Dónde estamos quiénes podemos entender la gravedad del peligro y la responsabilidad de luchar por la paz y en favor de las nuevas generaciones?

Necesitamos líderes pacifistas que encabecen constantes manifestaciones como lo hicieron los hippies en los sesentas cuando protestaban contra la guerra en Vietnam. Ese movimiento terminó con la guerra.

 

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