Por: Armando Fuentes 

La chica estaba con su novio en la sala. Le dice el papá de la muchacha: “-Hija, nos acaban de llamar a tu mamá y a mí para una junta urgente del club. Tendremos que dejarlos solos unas horas. Pórtate bien”. Salen los señores y la parejita se queda sola en la casa. Se hace un largo silencio, y luego el chico dice a la muchacha: “-¿Estás pensando lo mismo que yo?”. “-Sí” -responde ella con una sonrisa sugestiva-. “-¿Qué bueno! -exclama el chico alegremente encendiendo el televisor-. ¡Ya se me hacía que esta noche me iba a perder la novela!”… Difícilmente podrá encontrarse una ciudad mexicana que no tenga un monumento -edificio público, templo, viejas casonas, espléndidas obras de arte- merecedor de cuidadosa preservación. Pero también será difícil hallar una ciudad en que no se haya consumado algún bárbaro atentado contra ese patrimonio que a toda costa se debería conservar. La incuria y la ignorancia añaden sus nocivos efectos a los del paso del tiempo, y así van sufriendo demérito, y muchas veces acaba por desaparecer, esos valiosos bienes. Una deficiente legislación, negligencia de las autoridades e interés de lucro de los particulares conspiran también en la conservación del acervo cultural histórico de las ciudades mexicanas. Por fortuna cada vez en mayor medida las comunidades reconocen el valor de sus monumentos, y  no sólo procuran cuidar de ellos, sino que hacen lo posible por realzar su belleza de modo que sean más apreciados. México país pobre y en crisis, es en cambio inmensamente rico en testimonios del pasado que hablan de la historia, tradiciones y cultura en general de un pueblo cuyo espíritu se ha objetivado en obras espléndidas. Preservarlas y entregarlas sin mengua a nuestros hijos es tarea en la que todos deberíamos participar… El joven ballenato le pregunta a un amigo: “-Oye: ¿las ballenas tienen una especie de tubito que les sale del lomo hasta la superficie?”. “-No -responde con extrañeza el amigo-. No tienen ese tubito”. “-¡En la mádere! -exclama consternado el joven ballenato-. ¡Entonces me forniqué a un submarino!”… Don Algón dio a su amiguita, como regalo de cumpleaños, un montoncito de billetes de 100 pesos. “-No está mal el regalo -comenta la muchacha-. Pero me habría gustado más en color verde”… Llegó el barco a una isla desierta y el capitán encontró ahí a unos náufragos, un muchacho y una muchacha que  estaban al pie de una palmera en cuyo tronco había 10 marcas hechas con navaja. “-¡Caray! -exclama compadecido el capitán-. ¿Ya tienen aquí 10 meses?”. “-Las marcas no se refieren al tiempo, capitán-. -le aclara ruborosa la muchacha-. Llegamos apenas ayer”….FIN.

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