Por: Armando Fuentes. 

El marido de doña Trombeta tuvo la feliz ocurrencia de irse de este mundo. En eso hizo muy bien, pues -lo digo con el mayor respeto- era un cabrón. Hablo de su vida, no de su muerte, como decían antes los que iban a hacer trizas la memoria de un difunto. Don Majencio -así se llamaba el hombre- era soberbio, pagado de sí mismo, dominante. Con su áspero carácter inspiraba miedo a su mujer, sus hijos y sus nietos. Así, cuando pasó a mejor vida quienes lo rodeaban pasaron a vida mejor junto con él. Qué feo es que tu muerte alegre a los que contigo vivieron, en vez de entristecerlos. A fin de evitar eso lo mejor es pensar menos en ti y más en tus semejantes, sobre todo en los que tienes cerca, y procurar cada día ser parte de su felicidad. y no de sus penas y sus amarguras. Pero veo que estoy moralizando, yo, que ningún mérito tengo para moralizar. El diablo metido a predicador, hagan de cuenta. Prosigo, entonces, el relato. Una comadre de doña Trombeta llegó a darle el pésame en el velorio del finado. Con acento grandílocuo, abriendo los brazos como aspas de molino, le dijo a la viuda: “¡Comadrita! ¡Vengo conmovida!”. Llena de alarma le indicó en voz baja doña Trombeta: “Dígale que la espere allá afuerita, comadre. Esta ocasión no deja de ser algo solemne, y la presencia aquí de su movida puede causar algún escándalo”. (Nota para mis lectores en el extranjero. “Movida” es en México, entre otras acepciones, la persona con quien se mantiene una relación erótica temporal y subrepticia. Al respecto citaré al tipo vio llegar a dos mujeres, y le comentó al amigo que lo acompañaba: “Ahí vienen mi esposa y mi movida”. “Gran coincidencia -acotó el otro-. Lo mismo digo yo”). Noche de bodas. El enamorado galán vio por primera vez a su dulcinea al natural. En arrebato de emoción  enunció, extático: “¡Ah! ¡Tus cabellos! ¡Tu frente! ¡Tus ojos! ¡Tus mejillas! ¡Tus labios! ¡Tu cuello! ¡Tus hombros! ¡Tus senos! ¡Tu cintura! ¡Tus caderas! ¡Tu.”. Con expresión plebea lo interrumpió la desposada: “A lo que te truje, Pasmasio. El inventario déjalo para después”. Susiflor le confió a su amiga Rosibel: “Tengo dos pretendientes, y los dos me proponen matrimonio. Uno es joven y apuesto, pero pobre. El otro es viejo y feo, pero inmensamente rico. ¿Qué me aconsejas?”. Sin vacilar contestó Rosibel: “Ten en cuenta la sabia advertencia: ‘No te cases con viejo por la moneda. / La moneda se acaba y el viejo queda’. Cásate con  el joven. Y preséntame al viejo”. Candidito no tenía ninguna ciencia de la vida. Invitó a Dulcibella a su departamento y ¿qué hizo cuando la linda y bien dispuesta chica llegó ahí? ¡Le ofreció una limonada y la invitó a ver en la tele una antigua película de Rin Tin Tin! Razón sobrada tuvo P.T. Barnum cuando dijo: “There’s a sucker born every minute”. Eso quiere decir algo así como: “Cada minuto nace un pendejo”. En modo más galano dijo lo mismo el Maistro Torres, don Hermenegildo: “Si los pendejos volaran no llegaría a la tierra la luz del sol”. Decepcionada y aburrida la bella chica le dijo a su inexperto galán: “Pídeme un coche, Candidito”. El pavitonto se admiró: “Si te le pido ¿de veras me lo darás?”.  El viajero llegó a un pequeño pueblo. Le gustó su tranquilidad, y decidió pasar en él algunos días, pues pensó que sus moradores tendrían costumbres sanas, tradicionales y conservadoras. En la fonda de la recoleta villa entabló conversación con un lugareño, y le preguntó: “¿A qué horas se acuestan aquí las muchachas?”. Respondió el hombre: “A las 8 de la noche ya están en la cama”. “Me lo imaginaba” -apuntó el forastero. “Sí -confirmó el otro-. De ese modo pueden regresar a sus casas antes de las 10”. FIN.

 

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