Por: Armando Fuentes

Este señor de mi ciudad, Saltillo, era comerciante y comisionista, según rezaba su tarjeta de presentación. Tenía una extraña costumbre. Todas las mañanas acudía a primera hora al templo del Señor de la Capilla y desde la puerta, después de santiguarse devotamente, le hacía a la bella imagen, con los dedos índice y pulgar de la mano derecha, la señal que sirve para indicar una medida pequeña. Alguien le preguntó una vez qué quería decir con eso. Respondió: “Le pido a Diosito que ese día me bendiga enviándome a alguien un poquito más pendejo que yo”. Mal comprador se vio el régimen de la 4T en el caso de Iberdrola, y pésimo vendedor en el asunto del avión presidencial. Ambas operaciones, las dos infortunadas, tuvieron su origen en la imperiosa voluntad del presidente López, que no escucha otra voz más que la suya y a quien sus colaboradores temen hasta el punto en que no hay ninguno que se atreva a darle una opinión contraria a sus designios. Con la compra de las instalaciones de la empresa española AMLO quiso equipararse a Cárdenas como gran nacionalizador, y al deshacerse del mentado avión debe haber sentido el alivio de aquél a quien le extirpan una buba, forúnculo o divieso en parte innominable que le impedía sentarse. A juicio de expertos, en esa compra y en aquella venta salió perdiendo la administración. Imagino que tanto el vendedor de las instalaciones eléctricas en vías de obsolescencia como el comprador del almodrote aéreo hicieron antes de la venta y de la compra la misma señal que hacía el comerciante y comisionista de mi historia. El marido llegó a su domicilio en hora inesperada y sorprendió a su esposa en el ayuntamiento carnal con un sujeto. Al verlos prorrumpió en denuestos contra ambos. A ella la llamó “vulpeja” -o sea zorra-, “pendona” y “meretriz”; a él le dijo “hideputa”, “bellaco mal parido” y “rufián”. Luego, dirigiéndose a la mujer, le preguntó furioso; “¿Por qué haces esto?”. Con ejemplar sinceridad y encomiable laconismo respondió ella: “Por dinero. ¿De dónde crees que salió para comprar el coche que te regalé en tu cumpleaños, y de dónde saco para pagar el alquiler del departamento, y la cantidad que cada mes te doy para tus gastos?”. “Ah, ya veo -dijo el marido al tiempo que refrenaba su ira-. Entonces esto es cuestión de negocios, no de adulterio”. La señorita Peripalda les dijo a sus pequeños alumnos del catecismo: “Las niñas y los niños que se portan bien se van al Cielo. ¿A dónde van los niños y las niñas que se portan mal?”. De inmediato respondió Pepito: “A la parte de atrás de la iglesia”. Don Poseidón, granjero acomodado, fue a la granja vecina a buscar a su compadre, pues le había prestado un caballo semental y quería saber cómo se había desempeñado el noble bruto en su tarea generativa. El compadre había salido, pero su esposa le informó a don Poseidón: “El caballo no ha funcionado, compadre.  No sólo no ha cubierto a la yegua, sino ni siquiera la mira”. El granjero le pidió a su comadre un cepillo de alambre y con él frotó fuertemente el lomo del animal. Tras aquel frotamiento el caballo cobró vigor inusitado, y de inmediato cumplió con gallardía su deber de semental. Pasados unos días don Poseidón se topó con su compadre, el dueño de la yegua. Le preguntó, alarmado: “¿Qué le pasa, compadrito? Noto en su rostro una expresión de pena, un gesto de dolor”. Con lamentosa voz respondió el otro: “No entiendo a mi mujer, compadre. Desde hace una semana le ha dado por frotarme todas las noches con un cepillo de alambre. ¡Viera como traigo la espalda!”. (Nota. Como cuera tamaulipeca la traía el lacerado, hecha tiras). FIN.

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