A primera vista la presencia de militares en el diseño de la política nacional de ciencia y tecnología no tiene ningún sentido. Los diputados y senadores de Morena, ayudados por sus incondicionales, mandaron una señal grave: queremos de nuestro lado a los militares en todas partes.

Los quieren con una línea aérea, en las aduanas, aeropuertos, puertos, obra pública y hasta en labores de seguridad civil. Ahora quieren entregarles una aerolínea y de pasadita hacerlos consejeros de ciencia y tecnología. Es una ofensa para las instituciones públicas y privadas de investigación. Es un agravio para los investigadores de las  ciencias sociales, quienes siempre van a la vanguardia civilista de las naciones.

¿Cuál es el valor agregado de los generales sentados en una mesa discutiendo hacia dónde debe enfocarse la investigación genética o el estudio de la física teórica? Imposible imaginar a los más talentosos investigadores y pensadores sociales flanqueados por militares revisando su tarea.

En el CIDE (Centro de Investigación y Docencia Económica), sintieron la desgraciada intervención en su academia de la directora del Conacyt, María Elena Álvarez-Buylla. Por eso son de los primeros en reclamar la nueva ley al proponer un paro de 24 horas en protesta. Otras facultades de la UNAM hicieron lo mismo. Lo que hoy parece una respuesta débil y atomizada de la comunidad académica y científica, puede convertirse en una mecha de reclamo generalizado.

Pero regresemos al tema de la militarización del país. ¿Por qué el presidente y su partido rompieron la promesa de regresar al Ejército a los cuarteles traicionando al pensamiento liberal de izquierda? La única razón es cebarlos para tenerlos muy contentos y ponerlos a su favor en cuanto haya algún conflicto electoral o un desacato grave frente a la Suprema Corte de Justicia.

Es la inversión política más cara de la historia después del asistencialismo social con fines electorales. Varios analistas de temas castrenses ven ese peligro y advierten uno peor. Con todo el poder adquirido, no serán los generales quienes tengan la tentación de quedarse con todo el pastel. El presidente López Obrador no se atrevió a decir una palabra de censura o de regaño a su subalterno el general Cresencio Sandoval por la forma tan ostentosa de viajar, por ir exactamente en contra de su prédica matutina de austeridad.

Cuando uno ve en los aeropuertos a los militares como aduanales, cuando van y vienen aviones llenos de soldados (disfrazados con uniformes de la Guardia Nacional), surge un sentimiento de desasosiego. Son educados, tienen incluso mejores maneras que los antiguos aduanales, pero hay flashes de memoria de películas de guerra, de países represivos donde la población vive con temor de los soldados metidos de policías.

A los científicos que trabajaban auspiciados por el Conacyt, los quisieron meter a la cárcel acusados de ser mafiosos y corruptos. Una extraña cobranza de cuentas del pasado de la Dra. Álvarez-Buylla. Ahora les calzan una ley diseñada con los prejuicios ideológicos que también llegaron a la Secretaría de Educación. Ni siquiera de ciencia social sólida sino de un embutido de odios, celos y afán de controlar a las mentes más brillantes del país.

La estulticia de Álvarez-Buylla llega al grado de calificar la ciencia que se hace en México como neoliberal. Una tontería lambiscona. Nomás que nos expliquen lo neoliberal o no el estudio de fluidos o la investigación de los agujeros negros en el espacio. Días de oscurantismo cuatroteista que pronto pasará a la historia. 

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