Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y también de la locura…”.
Historia de dos Ciudades de Charles Dickens.
Nuestro país está lleno de contradicciones y resultados inesperados. Aunque sea casi un lugar común, estamos en el peor de los tiempos porque tenemos la amenaza de la regresión al autoritarismo; estamos en el mejor de los tiempos porque la República ha resistido.
Pero nada borrará la desgracia del deterioro de la seguridad pública. Las noticias que llegan de todas partes son abrumadoras: asesinan al nuevo jefe de la aduana en Manzanillo; fallecen 10 miembros del crimen organizado frente a la Fuerza Civil de Nuevo León, y lo más doloroso, miles de madres y padres, sufren la desaparición forzada de sus hijas e hijos. Sin duda es lo peor que hemos visto desde que hubo una Revolución.
A pesar de todo, el país vuelve al crecimiento económico, el desempleo llega a un mínimo histórico y el comercio exterior tiene la gran promesa para el crecimiento futuro; la libertad de expresión vibra en todos los medios y las redes sociales. Imposible reducir la disidencia opositora, imposible callar a cientos de comentaristas, editorialistas y propagandistas de leales y adversarios. Es disonante la idea de una intentona autoritaria enfrentada a un muro inmenso de ideas y planteamientos contrarios.
Hay una avanzada oficialista como en el Estado de México, donde la cadena de gobiernos priistas está a punto de romperse. También hay bastiones donde Morena se estampa con otra realidad en Coahuila.
Lo bueno es que México no puede regresar el reloj como lo hicieron Cuba, Venezuela o Nicaragua. Somos un país muy grande y complejo con un modelo político y económico más resiliente de lo imaginado a principios de sexenio. El peso fuerte, las exportaciones y el desarrollo empresarial no fueron destruidos como en esos países de izquierda tropical. Más bien de autocracia latinoamericana.
Los desvíos de la cordura, las insensateces como el ataque a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, las carísimas obras improductivas o la desestabilización de la salud pública y la educación, tendrán que ser resueltos en el futuro. Costará sangre, sudor y lágrimas pero lo superaremos como lo hicimos en 1976, 1982, 1986, 1994, 2008 y 2020 con la pandemia.
Preguntaba un político: ¿cómo hicieron miles de empresas pequeñas y medianas para sobrevivir al encierro sin ayuda ni apoyos directos del gobierno? Es difícil saberlo, intuímos que las redes de apoyo familiar, social y la lucha ferviente por mantener con vida esas PYMES logró milagros. Los estudios económicos del INEGI nos dirán la realidad al tiempo.
En 2024 tendremos que regresar a la realidad, al mundo donde no hay más datos que los verdaderos. Las cuentas más graves están en la seguridad pública. No es posible que vivamos con tanto desasosiego. El primer paso será volver a la unidad nacional, volver a escucharnos unos a otros con el único afán de construir un destino común.
También será el tiempo de los ciudadanos. No sabemos cuántos líderes surjan en los próximos meses para exigir a los partidos de oposición que se dejen de tonterías y abran un gran abanico de participación. En lugar de ser ellos los protagonistas, dejar que sus precandidatos comiencen un gran diálogo nacional. Necesitamos claridad en sus propuestas, claridad en su narrativa y un proyecto común de nación.
Tiempo de angustia, tiempo de esperanza, esto nos tocó vivir y resolver.