Don Poncho Sánchez era ameno. Platicar con él tenía el sabor de las especias que condimentan, la hilazón de historias viejas y nuevas de nuestro León. Era un hombre simpático y crítico que no perdía la oportunidad de describir las cosas con pocas palabras y buenas anécdotas. 

Mucho podrá recogerse en la memoria de todo el bien que hizo a su alrededor pero hay una anécdota que vale la pena recordar como un gesto de su sabiduría. A Don Poncho le gustaban las escuelas públicas. Las construía y arreglaba. Un día de hace algunos años publicamos el precio en el que el Gobierno del Estado construía las aulas y las escuelas completas. Era miembro de nuestro Consejo Editorial por aquel entonces. Con el lápiz en la mano preguntó cómo era posible construir escuelas al doble de lo que valían. 

“A mí me salen a la mitad”, dijo con la sonrisa que siempre usaba para acentuar sus palabras. Nadie podía saber mejor el costo de construir aulas y escuelas porque las puso por todas partes. Desde las fundaciones que apoyaba, conocía bien el valor de las cosas, del dinero y del tiempo. Por eso buena parte de su patrimonio lo puso al servicio de los demás. Pocos leoneses han disfrutado tanto de producir, ahorrar y aportar a su comunidad.

Desde los setentas se empeñó en recuperar el legado arquitectónico de lo que era entonces nuestro orgullo: el teatro Manuel Doblado. Bajo encargo del gobierno lo renovó y dejó listo para cuatro décadas más de servicio. 

Al Club León le dedicó todo hasta su último aliento. Estuvo en contra de que se fraguara lo que consideraba un despojo al auténtico club, formado desde los años cincuenta por un grupo de ciudadanos enamorados del deporte y de su ciudad. 

A la educación le dio todo comenzando por el terreno que regaló a la Federación para que se construyera el Tecnológico de León. Tenía la visión larga de quien conocía el mundo con una avidez de adolescente. En sus viajes adquirió esa cultura cosmopolita que da ver países distintos y conocer gente de todas partes. Es probable que en su inicio empresarial viajara por la necesidad de estar al día en la industria del calzado, luego para disfrutar la vida con ese especial gusto. 

Él sin ella, no hubiera sido lo que fue. Lo sabemos en forma indirecta, por charlas familiares, por comentarios sociales. La señora Lilian Romo es presencia permanente en el relato de su vida. 

En AM había notas recurrentes y una de ellas era el conflicto laboral de la Hulera Industrial Leonesa, propiedad de Don Poncho. Un sindicato duro, el Frente Auténtico de Trabajo, había estirado el hilo de muchas fábricas de calzado hasta que los empresarios acordaron no ceder. Un buen día Don Poncho contrató a Óscar García Manzano, para resolver el conflicto. La gestión del delegado fue tan buena que García Manzano se quedó con la fábrica y Don Poncho dijo en forma pragmática: Óscar hizo un buen trabajo. 

Lo suyo no era la ambición sino la solución de problemas. Lo suyo era el servicio a los demás. 

Despertaba con la cumbia: “Qué bonita es esta vida” y disfrutaba cada momento del día.

Un día antes de partir, vio la final de la Champions y horas después se despedía de una de sus hijas presintiendo el adiós definitivo y así fue. Estaba listo. 

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