La comunicación digital es tan eficaz que nos damos el lujo de no usarla. Ante la posibilidad de responder en cualquier momento, el mensaje se pospone hasta ser olvidado. Poder chatear a todas horas permite no hacerlo a ninguna.
Menciono esta circunstancia para dar paso a otra, relacionada con la ronda de las generaciones y sus plurales desencuentros. Muchos amigos lamentan que sus hijos, nietos o sobrinos no contesten en el chat de la familia. “¡Su último mensaje fue del 21 de junio!”, se queja el pariente que esperaba resolver algo el 22.
¿Ha cambiado el sentido del tiempo para quienes se inician en la edad adulta? ¿Se trata de un fenómeno específico de ciertas regiones? Después de hablar con gente muy variada puedo decir que el fenómeno rebasa los localismos y las clases sociales.
No estamos ante un asunto de educación porque dicha conducta afecta a alumnos de escuelas públicas o privadas, católicas o laicas, y a hijos de padres autoritarios o liberales. Eso revela que carecemos de pedagogía digital. La interacción con las aplicaciones, los portales y las plataformas no depende de una enseñanza en el mundo de los hechos, sino de la propia lógica de la realidad virtual.
Cuando un especialista en computación elogia un tutorial disponible en la pantalla, suele decir: “Tiene un sistema muy intuitivo”. Eso significa que el ser humano lo entiende sin demasiada dificultad, pero, sobre todo, que lo entiende sin interactuar con otro humano. La nueva intuición es la del hombre o la mujer ante la máquina, lo cual confirma que estamos en el umbral de lo posthumano.
Volvamos a los mensajes sin respuesta. En el entorno actual, es más fácil que el padre que manda numerosos whatsapps a su hija califique como obsesivo a que ella califique como indiferente.
Según comenté antes, la comunicación es tan sencilla que no forzosamente se usa o se valora. Cuando las llamadas de larga distancia salían carísimas, los hijos llamaban por cobrar desde Acapulco para decir “ya llegué” y colgar de inmediato. Hoy podrían mandarte un mensaje desde cada caseta de cobro, algo tan fácil de hacer que se olvida.
Obviamente hay jóvenes que contestan de inmediato todos los mensajes, y es que cada generación tiene personas excepcionales que estudian griego clásico o les responden a los adultos.
No escribo estas líneas animado por un despecho de la tercera edad, sino con el afán de comprender a fondo un comportamiento.
El uso discrecional de la comunicación no sólo tiene que ver con la excesiva facilidad de ejercerla. La mayoría de los jóvenes carece de opciones para independizarse de manera digna. Cuando los padres incurren en el error de empezar un argumento diciendo “yo a tu edad…”, ignoran que las circunstancias han cambiado en forma radical. Además, la permisividad social ha aumentado y muchas familias permiten que los hijos convivan en casa con sus parejas.
Ante la alternativa de sufrir en un cuarto de azotea a cambio de no ver a los padres o soportarlos a unos metros con relativa libertad, la mayoría de los jóvenes se decanta por lo segundo.
Esto ha llevado a excesos de convivencia. Hace un par de años, un matrimonio catalán ganó el primer juicio para expulsar de la casa al hijo que llevaba más de tres décadas ahí sin lavar los platos.
¿Cómo apartarse sin mudarse? El entorno digital ha fomentado un aislamiento no muy diferente del autismo. Alguien te habla pero no contestas, estás y no estás en la realidad.
Me parece que la negativa a responder mensajes tiene una causa profunda, no suficientemente analizada. Los jóvenes adultos que se ven forzados a seguir en casa de sus padres encuentran una variante de la independencia en el mutismo y la desconexión. Esto no necesariamente se debe a una falta de empatía, sino a un deseo de autoafirmación. No contestar es una forma peculiar pero legítima de estar contigo mismo. El derecho a la soledad se ejerce evadiendo a la gente próxima.
¿Doy demasiada importancia a una costumbre que para otras personas no es sino una muestra de grosería? ¿Estamos ante un aislamiento irreversible o ante un ejemplo rebelde del libre albedrío? Si tu vida es dependiente, la independencia se ejerce al no contestar.
“Idealizas que tus hijos no te pelen”, me dijo una amiga. Es posible que tenga razón.
Este artículo plantea preguntas; entrenado en WhatsApp, no espero respuesta.