Por: Armando Fuentes

Pitorrango ingresó en un club nudista. Alguien le preguntó: “¿Cómo te fue?”. Respondió: “El primer día fue el más duro”. Don Gerino acudió a la consulta médica junto con su esposa. Les comentó el doctor: “Últimamente hemos detectado una rara forma contagiosa de sordera que afecta a quienes tienen trato con mujeres de la mala vida”. Don Gerino se inclinó sobre su señora: “¿Qué dijo?”. (Ese gran nuevoleonés que fue José Alvarado llamaba a las prostitutas “distraídos ángeles”)… Himenia, Solicia y Celiberia, solteras todas tres, y abundosas en años por igual, se presentaron en la puerta de la penitenciaría. Le informaron al oficial del guardia: “Venimos a suplir a las esposas que no pueden venir a la visita conyugal”. Don Leovigildo, señor de costumbres moderadas, le contó a su señora que había ido a una fiesta donde los asistentes, ellos y ellas, bebieron hasta perder todo sentido de la moralidad, y así, ebrios, se desnudaron y se arrojaron a la alberca que el anfitrión tenía en su jardín. “¡Qué barbaridad! -exclamó escandalizada doña Loretela-. Espero que no hayas hecho tú lo mismo”. Replicó él: “Me acaban de enviar por WhatsApp fotos del acontecimiento. Sí lo hice”. El pintor de desnudos le dijo a su modelo: “Señorita Venusina: en nuestra sesión de ayer quedé tan cansado que aún no me repongo de la fatiga. Creo que hoy debemos dedicarnos usted a posar y yo a pintar”. El joven Verulario consiguió por fin que la linda Dulcibella aceptara una invitación suya para ir a cenar. A tal fin el galán reunió todos sus ahorros. Hizo bien, pues la muchacha pidió ir al restorán de más lujo en la ciudad, y ahí ordenó las bebidas y platillos más caros de la carta: champaña, caviar, langosta, y para el final un costoso bajativo. Al ver eso el joven Verulario se limitó a pedir un botellín de agua. “No acostumbro cenar” -le dijo en tono vergonzante al cejijunto camarero. Cuando éste se alejó el muchacho le preguntó, atufado, a su invitada: “¿Así acostumbras cenar en tu casa, linda?”. “No -contestó ella desenfadadamente-.  Pero en mi casa nadie me pide lo que luego me vas a pedir tú”. (Bien decía una variante del conocido dicho: “La que quiera azul celeste que se acueste”). Dos sujetos se hicieron de palabras en una cantina de barriada. Uno le advirtió al otro: “Tenga cuidado, amigo. Soy hombre de poco aguante”. Sin decir palabra el otro le propinó una trompada que lo hizo caer por tierra echando sangre por los nueve orificios naturales de su cuerpo. “Se lo dije -le habló desde el suelo el caído a su agresor-. Soy hombre de poco aguante”. Doña Macalota, esposa de don Chinguetas, tenía por hobby armar rompecabezas. Se sentía muy orgullosa, porque en la caja decía: “De 6 a 10 años”, y ella tardaba sólo un par de meses en hacerlos. En cierta ocasión se compró uno con la figura de un gallito, pero no lo pudo armar porque las piezas eran muy extrañas. Salió de su error cuando alguien le dijo que aquél no era rompecabezas: era una caja de Corn Flakes. Pero no es de doña Macalota de quien quiero hablar, sino de don Chinguetas, su liviano esposo. Un día su señora lo sorprendió en el lecho conyugal en refocilación con una suripanta de magnificente busto, trasero exuberante y sinuosos movimientos serpentinos de experta en lides lúbricas. Se entenderá la reacción de Macalota. Poseída por ignívoma iracundia le gritó a don Chinguetas: “¡Canalla! ¡Infame! ¡Aleve! ¡Descastado! ¡Traidor! ¡Bellaco! ¡Ruin!”. Y remató la tirada con otro calificativo menos clásico: “¡Cabrón!”. “¡Ah! -protestó don Chinguetas enojado-. ¿De modo que tú puedes tener tu hobby y yo no?”. FIN.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *