Dos elefantes vieron a Tarzán sin taparrabos. Uno de los paquidermos le preguntó, intrigado, al otro: “¿Y puede tomar agua con esa cositilla?”. Don Recaredo se presentó como candidato a diputado local por su distrito. En la elección sacó dos votos. Le dijo su esposa, furibunda: “No me lo niegues. Tú tienes una amante”. Conocemos a Jactancio: es un sujeto presuntuoso, narcicista, pagado de sí mismo. Se estaba haciendo afeitar y dar manicura en una barbería, y le propuso a la linda manicurista al tiempo que el barbero le pasaba por la mejilla su filosísima navaja: “¿Saldrías conmigo hoy en la noche, linda?”. Contestó ella: “Estoy casada”. “No soy celoso” -declaró, burlón, Jactancio. “Pero mi marido sí -repuso la muchacha-. Es el hombre que lo está afeitando”. En la reunión de parejas surgió durante la animada charla una cuestión interesante: el sexo ¿es trabajo o es placer? Por unanimidad las señoras opinaron que es trabajo. El esposo de doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, fue del parecer contrario. Declaró terminante: “Es placer”. La primera que se sorprendió al oír eso fue doña Panoplia. Alguien le preguntó a don Sinople (así se llama el esposo de la dama): “¿Por qué piensas que el sexo es placer?”. Replicó don Sinople: “Porque si fuera trabajo mi mujer ya se lo habría encargado a la mucama”. Tengo el muy alto honor de no ser intelectual, y me enorgullezco en no pertenecer a ninguna capilla literaria. Puedo decir entonces sin el cursi temor a sonar cursi que amo a México. Me avergüenzan algunas cosas de mi país, sí. Por ejemplo el presidente -con minúscula, si me hacen el favor-, tan popular por ser tan populista, tan demagogo, tan insultante, tan parlero y charlatán. Me apena la bajuna afición futbolera, con su homofóbico grito que nos presenta al mundo como un pueblo subdesarrollado no sólo en lo económico, sino también en lo moral. Me duele la pobreza que sufren millones de mexicanos por causa de la falta de educación y de trabajos dignos, y de los vicios que a esas carencias acompañan. Me llena de pesar ver una delincuencia triunfante y engallada frente a un gobierno en derrota y retirada. Pero mi Patria -con mayúscula, si me hacen el favor- sigue siendo para mí la misma a la que canté y dije poemas cuando niño en el patio de mi escuela los lunes por la mañana; la tierra donde nacieron mis padres y mis hijos, en que descansa la mujer amada, en que dormiré yo el sueño final cuando así lo disponga ese Misterio glorioso, luminoso, gozoso y doloroso al que llamamos Dios. A otra patria amo con filial amor: España. Soy hispanista al modo en que lo fueron dos ilustres coterráneos míos: Artemio de Valle Arizpe y Carlos Pereyra. ¿Cómo no amar a España si hablo en español? Y de otra nación soy hijo, lo mismo que todos los hombres del mundo: Francia. Es la patria universal, como en la antigüedad lo fueron Grecia y Roma. Francia nos dio tres utopías, no por inalcanzables menos bellas: la libertad, la igualdad y la fraternidad. Apelaré al sabido símil: el marino jamás podrá tocar las estrellas, pero no por eso deja de mirarlas para encontrar el rumbo. Francia nos enseñó a pensar y -cosa igualmente importante- nos enseñó a dudar. Puso la luz de la razón donde antes reinaba la oscuridad del dogma. Todos los que tenemos algo de libres tenemos algo de franceses. Hoy es el día de Francia. Me condecoro el pecho, orgulloso veterano de la vida, con mis recuerdos del París de mis 20 años, y grito con el grito que, ebrio de juventud y vino, lancé a todo pulmón otro 14 de julio en los Campos Elíseos al paso de la enseña tricolor: Vive la France!!!… FIN.
Amo a México… pero me avergüenzan algunas cosas
Por ejemplo el presidente -con minúscula, si me hacen el favor-, tan popular por ser tan populista, tan demagogo, tan insultante, tan parlero y charlatán.