A veces la magia deriva de los colores. Para el Necaxa y el Athletic de Bilbao, la pasión se viste de rojo y blanco. Todo empezó en un tiempo inverosímil en que el dinero no importaba. Los futbolistas llegaban al campo con el uniforme recién lavado por sus madres. La condición física era entonces asunto de carácter; algunos se entrenaban bailando hasta la madrugada y encendían el último cigarrillo en el vestidor. Los espectadores usaban corbata y los estadios carecían de luz eléctrica.
Hablo de una era mitológica. El Athletic se fundó hace 125 años y el Necaxa celebra su centenario. Ambos equipos se medirán el 19 de julio en el Estadio Victoria de Aguascalientes. El partido enciende las lumbres del recuerdo. El inolvidable Eduardo Rodrigálvarez, maestro del periodismo deportivo vasco, escribió: “La memoria no es una actividad que se lleve bien con la distancia”. Lo que pasó ayer pasa todavía. Y aún más: el aficionado recuerda lo que no vio. Nunca me repondré de la fractura del ídolo necaxista Horacio Casarín. El 26 de marzo de 1939 salió de la cancha en camilla pateado por el equipo Asturias. El público no soportó la afrenta e impartió su propia justicia, incendiando el estadio. Fue el fin de las tribunas de madera.
No se necesita haber estado ahí para sufrirlo. El Necaxa es una escuela de estoicismo que asume todos los daños del equipo. ¿Es posible apoyar a un club que desapareció 11 años de la liga, fue propiedad del odiado América, tardó 56 años en volver a ser campeón, cambió de sede a una ciudad lejana, descendió dos veces a segunda división y desde 1998 no levanta un trofeo? ¡Por supuesto que sí! Aunque hay tránsfugas de la pasión, la inmensa minoría sabe que los glóbulos rojos y blancos existen porque la sangre es necaxista.
Nuestro esforzado equipo enfrentará a un club que honra la identidad. El Athletic sólo juega con futbolistas vascos en un mundo de fichajes millonarios. ¿Concede una ventaja excesiva a sus rivales? En modo alguno. Los Leones de San Mamés prescinden de estrellas importadas porque no sólo practican un deporte. Son “los once de la tribu”; representan al coro que clama en las tribunas. La prueba es estadística: en una de las ligas más competidas jamás han descendido a segunda división.
Por sus filas han desfilado delanteros como Zarra, de explosión garantizada, y el extremo Gaínza, que según testigos oculares corría como un preso en permanente fuga. ¿Y qué decir de los porteros? José Ángel Iribar ostenta el récord de 614 partidos jugados con el Athletic. Con Lev Yashin, redefinió el arte de custodiar la portería. Además, es hombre de palabra. Cuando se retiró, donó el dinero del juego de despedida para publicar un diccionario con términos de futbol en euskera.
Aunque había sido indultado por los leones, San Mamés carecía de prestigio en el santoral. El futbol le dio una nueva oportunidad. En 1913 se erigió el estadio que lleva su nombre en recuerdo de una ermita cercana y que sería conocido como La Catedral. Ahí ofician los nuevos leones.
Andoni Zubizarreta, gran discípulo de Iribar, comenta: “Hasta la lluvia es diferente en San Mamés”. Los milagros dependen de la percepción: para los hinchas del Athletic, el agua cae del cielo más mojada.
Según Rodrigálvarez, un equipo tiene “una espina dorsal permanente que sólo altera el nombre de sus huesos”. El próximo miércoles Amorrortu y Aguirre se llamarán de otra manera en el Athletic; lo mismo pasará con Casarín y Aguinaga en el Necaxa. Los de antes y los de hoy estarán ahí. Los fantasmas no tienen derecho a perderse este partido.
En 1937, la selección vasca llegó a México huyendo de la guerra civil. Ahí militaban Iraragorri, los hermanos Regueiro, Zubieta y Lángara. En la temporada 1938-39 se afiliaron a nuestra liga como el Euzkadi. Isidro Lángara destacó de tal manera que su apellido se convirtió en sinónimo de “pícaro” en el lenguaje popular. Luis Regueiro, descendiente de aquella estirpe, encandiló con sus jugadas en los Pumas y la selección nacional. Nuestro futbol le debe mucho al exilio vasco.
Para ponerse a salvo de las vulgaridades de la gloria, el futbol inventó los partidos amistosos, donde lo único que importa es el juego mismo.
Celebremos a los otros rojiblancos y digamos como el bíblico Daniel: “¡Bienvenidos sean los Leones!”.