Cuando un estudiante está listo para aprender, el maestro necesita estar listo para enseñar”.
Soborno Isaac Bari (a los 9 años, cuando recibió su doctorado “PhD”)
Soborno Isaac Bari, un niño norteamericano con ascendencia en Bangladesh, de 5 años, está sentado frente a un maestro del MIT, el Dr. Daniel Kavat. El doctor le pregunta por qué le gustan las matemáticas. Con perfecta articulación responde: “para resolver problemas”. Enseguida Kavat le plantea un problema en función de una ecuación de tiempo y distancia. También le proporciona una fórmula para resolver el problema. La pregunta era: ¿sobrepasé el límite de velocidad de 25 millas en mi bicicleta? La respuesta había que calcularla.
Soborno Isaac (bautizado así por Isaac Newton), borra la fórmula y dibuja un diagrama. Dice que para resolver “matemáticas” no hay como tener un diagrama. Paso a paso resuelve la pregunta del maestro, quien mantiene una sonrisa de agrado durante la exposición del niño parecido más a un maestro que a un alumno. Después de hacer gráficas, considerar variables en el tiempo y realizar cálculos, le dice a Kavat que llegó a 31 millas y rompió la ley.
Soborno es un genio que debe estar a varias desviaciones estándar de la media, pero no es único ni pertenece a una especie extraterrestre. La mente de los niños tiene un potencial inimaginable cuando la fortuna de una buena educación la desarrolla.
Tomemos un caso sencillo. En la olimpiada de matemáticas recién celebrada en Singapur, México participó con 85 estudiantes, de los cuales 55 fueron de Jalisco. Apenas regresaron tuvimos noticia de que los jaliscienses habían ganado 18 medallas de oro, 19 de plata y 43 de bronce.
Emily Abril Rentería, de 14 años, cuenta que para ganar una medalla de oro y otra de bronce, tuvo que prepararse durante meses para competir con otros 50 mil estudiantes de Jalisco y quedar entre los cien mejores. Eso le dio el pase a la olimpiada.
La Secretaría de Educación Pública (SEP) edita desde lo oscurito nuevos libros de texto para la llamada “Nueva Escuela Mexicana”. Poco tardamos en saber que desaparecen los libros de matemáticas y sólo hay 13 páginas escondidas entre otros temas: al diablo con las instituciones, al diablo con la ley y al diablo con las matemáticas.
Ricardo Anaya no tardó en levantar la voz de alarma porque los nuevos libros de texto están llenos de ideología y poco de ciencia. Tiene razón: cómo vamos a poder resolver problemas del futuro sin matemáticas, sin conocer la dimensión de las cosas. Frente a un mundo de competencias donde la comprensión de los números resulta vital, la SEP permite que se escriban cientos de páginas de comunitarismo, anarquismo y mitología.
Entre más leemos algunos pasajes de los libros, comprendemos que no son un instrumento de “liberación” como sueña Marx Arriaga, el titular de contenidos de la SEP. Los libros son una extensión más del resentimiento y la polarización nacional.
Si hablamos de la educación para la igualdad, imaginemos en pocos años la distancia entre un egresado de una escuela pública y una privada.
Si hay alguna duda del poder de las matemáticas para cambiar la vida, sólo tenemos que recordar a una niña que sale de un pueblo pobre en Hidalgo, compite en matemáticas y logra entrar a la universidad para obtener el título de ingeniería. Crea una empresa y regresa parte del fruto de su tiempo y trabajo a niños desnutridos. Una senadora que, sin matemáticas, jamás hubiera estado en el umbral de ser la primera presidenta de la República.