Cuando Elon Musk compró Twitter, quería hacer cambios en la plataforma donde el mundo opina. Unos años antes, los consejeros y dueños de la empresa, habían limitado o de plano censurado a Donald Trump. El argumento era sencillo: aunque sea el presidente o ex presidente, Trump no puede diseminar falsedades. 

Al presidente López Obrador le disgustó la idea de la censura a Trump. En eso estaba de acuerdo con los conservadores, con la derecha recalcitrante de EEUU. Musk, quien es ultraliberal en algunos temas, abrió la cuenta de Trump en la renombrada plataforma X. 

El tema de los límites a la libertad de publicar todo lo que se quiera en redes sociales que tienen un alto alcance mundial (a partir de 45 millones de usuarios) quedó legislado en la Comunidad Europea. Ahora Facebook, X, Instagram, Tik Tok y todas las grandes empresas tendrán que moderar sus contenidos. Nada de falsas noticias o de incitación al terrorismo o desinformación sobre las vacunas. 

En un mundo babeliano con decenas de idiomas y multiplicidad de culturas, será una tarea formidable. Las plataformas tendrán que aumentar la vigilancia a través de algoritmos y de muchos ojos humanos que puedan discernir qué contenido es legal o no para la Comunidad Europea. 

Estados Unidos sufrió la mayor desinformación de su historia antes, durante y después del gobierno de Trump. Expertos indican que sin la ayuda de noticias falsas y de manipulación de contenidos en Facebook, Hillary Clinton hubiera ganado la elección de 2016. Durante los 4 años de mandato, Trump esparció miles de mentiras para atacar y denostar a sus críticos. Una de sus colaboradoras tuvo la ocurrencia de nombrar esas mentiras como “realidad alternativa”. 

Ninguna realidad puede ser auténtica y alternativa a la vez. Al finalizar la votación presidencial del 2020, Trump volvió al ataque y se inventó que le habían robado votos y que la elección había sido un fraude. Volvió a usar las redes sociales y a la cadena de noticias Fox para difundir un fraude electoral que nunca sucedió. Como mal perdedor, animó a sus seguidores más fanáticos a tronar el proceso y como consecuencia Estados Unidos sufrió un ataque al Capitolio por hordas violentas. Las mentiras tuvieron consecuencias. 

Advertidos del riesgo, los europeos ponen límites, multas y sanciones a quienes difundan engaños, promuevan el terrorismo, la violencia racial, religiosa o de genero. Pero, ¿quién decide estos límites y bajo qué criterios? Incluso en los medios tradicionales. 

Un periódico danés publicó la imagen del profeta Mahoma con un cohete como turbante. Fue suficiente para que incendiarios islamistas cometieran ataques terroristas. El tema de nuestro tiempo es la libertad de expresión y sus límites. Damos por descontado que es un derecho humano tener acceso a la información en libertad. Pero la mitad del mundo vive bajo regímenes autocráticos donde prevalece la censura y el miedo a expresarse, con todo y las ventajas que dan las redes sociales. 

En México gozamos de libertades que hoy están acotadas por el clima de inseguridad e impunidad. El Estado no tiene la capacidad de garantizar la libertad de expresión y eso se refleja en los asesinatos y ataques a los periodistas. La única forma de construir una democracia es con libertad de expresión; la única forma de que una democracia funcione con libertades constitucionales es bajo el imperio de la ley. 

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