La embajada de Israel elevó un justo reclamo al presidente López Obrador. Su respuesta ante las atrocidades del grupo terrorista Hamás, fue una tibia perorata donde habla del deber ser y no de los horrores del momento. Lo que vimos, y seguramente también lo vio López Obrador, fueron varias masacres en Israel contra civiles indefensos, contra familias completas. 

No importaba si eran mujeres, niños o ancianos. Tampoco si eran grupos de jóvenes que festejaban la vida en un concierto por la paz. El sábado se cometió un genocidio de lesa humanidad, sin justificación alguna, sin sentido y sin salida para los propios terroristas,  aniquilados por el ejército israelí. ¿Quién que haya visto lo sucedido no se estremeció?

Ayer el presidente Joe Biden lo dijo con pocas palabras y gran claridad: “Hay momentos en esta vida donde literalmente la maldad pura e inadulterada es desatada en este mundo, el pueblo de Israel vivió un momento como este el fin de semana”.  Luego destacó que estaría con Israel sin reservas. 

Para nuestro Presidente el tema fue tratado con superficialidad y total falta de empatía con el pueblo enlutado. ¿Qué le costaba condenar el acto terrorista como lo hizo la propia Secretaría de Relaciones Exteriores? ¿Qué extraños sentimientos anida en el alma quien rehuye al dolor de los demás?

Porque no fue solo el tema de las masacres en Israel. Jamás atendió a las víctimas de la pandemia, incluso armaron un teatro con falsos enfermos para aparentar una solidaridad inexistente. Nunca dio tiempo a las familias con hijos enfermos de cáncer, ni a las madres que viven el infierno de tener desaparecidos en su familia. A los rusos les permitió desfilar el 16 de septiembre cuando nunca condenó las masacres y crímenes de guerra de sus soldados en Ucrania. 

Cuando su amigo Javier Sicilia le pidió una audiencia, temió reclamos y dijo que podrían faltarle respeto a su “investidura presidencial”. ¿Qué trabajo le costaba escuchar a quien luchó durante años por la justicia y la paz?

¿Dónde quedó la brújula moral del Presidente? Es una pregunta seria que también deben contestar quienes lo rodean. Seguro Popular destrozado; estancias infantiles cerradas; escuelas de tiempo completo anuladas. ¿Qué decir de las masacres cotidianas en todo el país? 

Cuando la invasión de Rusia a Ucrania el embajador  en la ONU, Juan Ramón de la Fuente, condenó y repudió con la mayoría de las Naciones Unidas la agresión de Vladimir Putin. El Presidente se refugió en una palabrería de “llamados a la paz” y otros lugares comunes sin valor ni sentido. 

Más a fondo, por qué nunca escuchó a la otra mitad de México que no comparte su forma de ver la política y el mundo. Jamás se dignó hablar con líderes de otros partidos. Fue más fácil que se reuniera a cenar en Palacio con poderosos empresarios, a quienes antes llamaba “la mafia del poder”. 

¿Qué le debemos a los dictadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua?¿Qué consideraciones podemos tener con terroristas para no llamarlos por su nombre y reprobar sus crímenes abominables? ¿Qué se nos quita si ofrecemos condolencias, y ofrecemos empatía y solidaridad a  familias en duelo y a todo el pueblo israelí?

Hay algo profundo en el alma del Presidente que francamente no comprendemos.

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