Hay países donde las cosas precipitadas se hacen al vapor. Más ingenioso, México toma condimentadas decisiones al pastor.

En su imparable avance, Morena asume el rango de nuevo Partido Oficial. Consciente de esa jerarquía, organizó un proceso de selección de candidatos a la Presidencia y a nueve gubernaturas que llenó las ciudades de propaganda y las mentes de perplejidades.

La situación no es fácil de entender, entre otras cosas porque Morena regenera el vocabulario: el partido se llama “movimiento”; sus elecciones internas son “encuestas”; sus candidatos, “coordinadores”, y la valoración de los resultados representa una “ponderación”. Esto recuerda lo que el Chavo del Ocho dice de los sabores: “la que parece de limón es de jamaica pero sabe a tamarindo”.

Para muchos, las encuestas eran un simple simulacro que dependía de la voluntad del Presidente. La destreza táctica de López Obrador está fuera de duda. En unos años logró crear un partido que domina la escena nacional y ante la falta de rivales se convirtió en promotor de la oposición; con astucia, exaltó a Xóchitl Gálvez para que compitiera por la Presidencia, donde seguramente perderá, en vez de ir por una dividida Ciudad de México, donde tenía más posibilidades. El Presidente mueve bien sus fichas: conservó los méritos del militante sin aspirar a los del estadista.

La democracia debería ser transparente y las encuestas dejan mucho que desear. El presunto ganador no necesariamente es candidato y varios participantes se quejaron de cómo fueron valorados. El caso más sonado fue el de Marcelo Ebrard. Entró a un partido de rugby pensando que jugaría con reglas de tenis. Su probada capacidad como político no lo preparó para una competencia que parece definir sus normas conforme avanza. En Jalisco, Antonio Pérez Garibay, padre del automovilista “Checo” Pérez, se ofendió con los resultados y no hubo modo de decirle “it runs in the family”, en literal y simbólica alusión a que no siempre se ganan las carreras.

Otros candidatos rumiaron su desencanto en silencio, esperando premios de consolación. Y aquí viene otro problema. ¿Vale la pena llevar al Senado a personas cuyo mérito consiste en perder con disciplina? ¿No sería mejor que quisieran ocupar esa curul por encima de otro puesto?

El proceso enfrentó el requisito del INE de garantizar paridad en las candidaturas. Por desgracia, esta loable medida se prestó a decisiones políticas de última hora.

Morena presentó a estupendas candidatas para diversas gubernaturas. Es alarmante que, de nueve posibles, sólo dos hayan quedado al frente de las encuestas. ¿Falló el proceso, falló Morena o falla el país para reconocer la capacidad de las mujeres? Con todo merecimiento, Margarita González y Rocío Nahle triunfaron en Morelos y Veracruz. Sin embargo, cuesta trabajo entender que al menos Clara Brugada y Yolanda Osuna no hayan ganado las encuestas en la Ciudad de México y Tabasco. Tanto Brugada como Osuna representan la política social constructiva, ajena a la corrupción, que se espera de una izquierda moderna. De las dos, sólo Brugada se benefició de la cuota de género. Sin embargo, el método de selección difícilmente la fortalece, pues los encuestados -en sintonía con los tiempos violentos- preferían a un gendarme.

La brillante trayectoria de Brugada merecía ser avalada de otro modo. Quien desee conocer lo que hizo en Iztapalapa puede visitar la exposición Utopías en el Museo de San Ildefonso, dedicada a los centros de convivencia comunitaria realizados durante su gestión en la alcaldía, y que se exhiben con motivo del encuentro internacional de arquitectura Mextrópoli.

Si bien Morena cuenta con enorme apoyo, también enfrenta el desafío de curar las cicatrices dejadas por su extraño proceso interno de selección. En cada mitin se pronuncia la palabra “unidad”. Si se menciona tanto es porque todavía no llega.
Las situaciones herméticas son difíciles de descifrar. Acudo, pues, a un oráculo popular: el Tarot de taquería. Morena es el trompo de gustoso adobo que gira al calor de los acontecimientos; llegado el momento, un maestro del cuchillo filetea a los candidatos y los atrapa en la misma tortilla. Fueron separados por un corte y quedaron juntos a la fuerza. El cilantro y la cebolla los salpican por igual, pero la piña sólo llega a un rinconcito. Así se cuece la democracia al pastor.

HLL 
 

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